Uso del acento en la Edad Media

Caído el Imperio Romano de Occidente y descuidado, en toda Europa el estudio del latín clásico, nada tiene de extraño que se descuidase en todas las nacionalidades de la Edad Media el correcto empleo de los acentos en los manuscritos y documentos, hasta el punto de que son rarísimos los que los presentan, y aun en éstos no se observan las reglas prosódicas ni ortográficas.

Pero si el acento escrito cae en casi completo desuso, en cambio el tónico adquiere capital importancia en este período en que se estaban formando los idiomas romances sirviendo de base fundamental para la transformación de las voces latinas y su transito a los nuevos idiomas. De aquí el gran interés con que se hace en la Fonética el estudio del acento por los filólogos modernos.

Las lenguas neolatinas, castellana, lemosina, gallega, francesa e italiana, han conservado en casi todas las voces derivadas del latín el acento tónico en la misma vocal en que lo tenían las palabras latinas, y las transformaciones de éstas al pasar a los idiomas romances se han verificado generalmente sometiéndose todas las transformaciones etimológicas a la vocal acentuada o tónica. Así por ejemplo, en el ablativo latino molendino, la i era la vocal tónica y se ha conservado en las voces molino del castellano e italiano, molí del catalán, muiño del gallego y moulin del francés; la a tónica que hay en la primera sílaba del sustantivo latino flamma pasa a las voces llama del castellano, flama del catalán, chama del gallego, flamme del francés y fiamma del italiano.

La sílaba en que cargaba el acento tenía una pronunciación más sonora a expensas de la sonoridad de las demás sílabas que, pronunciadas más descuidadamente, se transformaban y alteraban y aun desaparecían con facilidad.

A esto debe atribuirse la pérdida de tantas letras finales al pasar las voces latinas a formar parte del léxicon de los idiomas modernos. Como en latín jamás cargaba la pronunciación en la última sílaba, transformóse esta con suma frecuencia, hecho que se advierte más fácilmente en la pérdida de la última vocal en los nombres derivados de la tercera declinación latina y que explica la abundancia de e e mudas que tiene la lengua francesa, especialmente en voces derivadas de nombres y adjetivos latinos que seguían la primera declinación.

En cuanto a la acentuación escrita, casi no hay otro ejemplo en los siglos medios que la de las ii, en las cuales se colocaba como signo meramente ortográfico. La acentuación de las íes dobles en esta forma: í í, para distinguirlas en los manuscritos y en los documentos de la u, comenzó, según Quantín y los Maurinos, en el siglo xi, y en el xii, según afirma el marqués de Llió, autor del tomo 1° de las Memorias de la Academia de Bellas letras de Barcelona. Ambas opiniones son erróneas. Códices hay de los siglos ix y x en que aparecen acentuadas las íes, si bien esta practica no se generalizó hasta el siglo xii, en que adoptada la escritura francesa, era inevitable la confusión de la doble ii con la u. En el siglo XIII comenzaron a acentuarse las lea sencillas, haciéndose común esta costumbre, hasta que adoptada la escritura itálica cambióse en punto el acento. Tal es el origen de la i moderna, provista de un punto que jamás tuvo en la I romana de que se deriva.

El uso de los signos de acentuación para marcar la tonalidad de las sílabas, no se generalizó en los países europeos hasta el siglo xvii.

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