Temple de los aceros clásicos

Todos estos aceros de la primera serie se asemejan algo en sus propiedades al hierro dulce o maleable, pero siendo tanto más duros y difíciles de soldar cuanto más carbón tienen.

El fenómeno del temple es el que los distingue perfectamente de los aceros de la segunda serie. Calentados como se ha dicho a una alta temperatura y enfriados después bruscamente por su inmersión en un líquido frío (agua o aceite), se hacen muy duros y frágiles, propiedad que desaparece volviendo a calentarlos y sometiéndolos después a un enfriamiento lento.

Estas dos operaciones (temple recocido) se aplican sucesivamente y con precauciones particulares según los resultados que se quieran obtener. El grado de calor se aprecia por el color que toma el acero, que varía con la temperatura, según puede verse en la siguiente tabla:
1. Amarillo muy pálido. 220°C
2. Amarillo paja. 232°C
3. Amarillo anaranjado. 247°C
4. Amarillo pardo. 254°C
5. Amarillo pardo purpúreo. 265°C
6. Púrpura. 277°C
7. Azul pálido. 288°C
8. Azul puro. 297°C
9. Azul negro muy oscuro. 317°C
10. Verde mar. 332°C
El recorrido número 1 conviene a las lancetas; el número 2 a las navajas de afeitar y a la mayor parte de los instrumentos de cirugía; el número 3 a los cortaplumas; el número 4 a las tijeras en frío y a las cizallas de cortar hierro; el número 5 a los hierros de garlopas y a las azuelas; el número 6 a los cuchillos de mesa y a las tijeras de pañero; el numere 7 a las espadas y a los muelles de reloj; el número 8 a las sierras frías y puñales, y el número 9 a las sierras grandes de carpintero.

Las diferentes tintas o matices que aparecen sobre el acero, según la temperatura que ha adquirido, provienen de un principio de oxidación de la superficie exterior al contacto del aire. Fórmense películas de óxido que reflejan colores muy variables según su espesor. Es, pues, un fenómeno del mismo orden que el de los anillos coloreados o de las bombas de jabón que presentan a la luz colores tan vivos y variados.

Para efectuar el temple, los obreros recurren con mucha frecuencia a otros líquidos distintos del agua fría con objeto de obtener efectos que no siempre ésta produce; sírvense por ejemplo de aceites, de ácidos, de sebos, de resinas, de mercurio, de metales fundidos como el plomo, estaño y bismuto, y de mezclas extrañas, cuya razón y fundamento científico se desconocen.

De todos modos, la naturaleza del líquido, su facultad conductora y su temperatura ejercen una gran influencia sobre la calidad y duración del temple. A las propiedades del agua del Tajo, tanto como a la habilidad de los operarios, deben su celebridad los aceros de Toledo. Se ignora completamente lo que pasa en el temple del acero y cuáles son las modificaciones físicas que el metal experimenta, a pesar de lo estudiado que ha sido este fenómeno que ha llamado desde tiempo inmemorial la atención de los artistas y de loa hombres de ciencia.

El temple suministra un medio de distinguir el hierro del acero; pero hay otro muy sencillo, además de éste, de lograrlo. Consiste en depositar en la superficie del metal una gota de ácido sulfúrico diluido; en el acero se produce una mancha negruzca a causa del carbono que queda libre, mientras que en el hierro aparece una mancha verdosa que se limpia perfectamente y desaparece con el agua. El mismo medio puede servir para reconocer la homogeneidad de un acero, pues cuando ésta es perfecta, la mancha negruzca formada por el ácido tiene la misma intensidad en el color en cualquier punto de la superficie donde se produzca.

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