Sentido científico y filosófico del accidente

Así es que cuando Aristóteles define el accidente negación de la permanencia y del orden, ha de entenderse que es esta negación parcial y aun que subsiste como tal para el estado del conocimiento del sujeto. Supone este sentido de la palabra accidente, en lo que toca al orden ontológico o metafísico, un principio o pensamiento director, del cual es un eco el orden cósmico, que reconocen respectivamente las ciencias naturales todas en las esferas de la realidad que estudian.

No hay necesidad, como presume el Panteismo, de identificar el mundo con Dios para comprender el orden del cosmos. La unidad cósmica, expresión plástica de aquel principio de unidad que con carácter metafísico concibe el pensamiento, y que no explicaron satisfactoriamente ni Aristóteles ni Leibniz, no consiste en la unidad de sustancia de Espinosa, ni en la materia continua que suprime el vacío, ideada por Descartes, ni mucho menos en la unidad de los antiguos Eleatas, que hace desaparecer toda variedad, todo movimiento y toda vida: es la unidad final, teleológico, que sirve de fundamento y causa primera, merced a su inmanencia en el mundo, a todo cambio y movimiento, bajo el cual aparecen los fenómenos más extraños.

Ni hil mirari parece ser la ley de circunspección, que por igual se impone al científico y al pensador; la sublimidad de la paciencia resulta ser el requisito más indispensable para todo aquel que quiere manifestar sentido científico y espíritu filosófico en sus indagaciones; finalmente vivir y pensar sub specie teternilatís, como decía Espinosa, es la exigencia fundamental de todo pensador serio que, trabajando hondo y recio y tomando por lema la ley de su propia inteligencia: plus ultra, anhele sin impaciencias pueriles ni desmayos censurables disipar gradualmente las penumbras con que lo accidental sombras la luz de la verdad.

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