Principios de funcionamiento del abanico

Cuando un líquido cualquiera se evapora, se produce siempre frío; a veces de un modo muy sensible.

Bien conocidos son algunos experimentos sencillísimos, imaginados por los físicos para demostrarlo. Si se humedece la palma de la mano con algunas gotas de éter o de espíritu de vino, se nota en seguida el frío resultante de la evaporación. El fenómeno se hace mucho más perceptible si se activa la evaporación soplando fuertemente la palma de la mano; es decir, renovando las capas de aire que con ella se encontraban en contacto.

Las andaluzas alcarrazas están siempre bañadas exteriormente de una delgadísima película de agua, filtrada por los poros de la arcilla fofa empleada en estos caseros vasos refrigerantes; y, expuesta esa película exterior a cualquier corriente de aire, la evaporada se activa, y la temperatura del agua desciende varios grados en el interior de las alcarrazas. En días de mucho viento, y aunque el termómetro marque muy elevada temperatura, los bañistas al salir del mar, suelen sentir frío, por causa de lo enérgico de la evaporación.

Desde muy antiguo, pues, hubo de conocerse en los países de baja latitud, y con mayor razón en los pueblos tropicales, que el insufrible calor de la atmósfera se templaba renovando, por medio de artificiales corrientes, las capas de aire en contacto con el cutis, allí siempre sudoso en abundancia, o, por lo menos, humedecido constantemente por una película de sudor. Por tanto, debieron refrigerar el rostro de los indígenas abatidos por el calor, cualesquiera superficies de algún tamaño y de poco peso para ser fácilmente agitables, tales como las grandes hojas de los plátanos y de las palmeras.

De aquí a la invención de nuestros abanicos actuales no había más que un paso; y es, por tanto, muy de extrañar que hayamos tardado siglos en inventar prenda de tanta utilidad.

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