Es probable que las obras con que Empédocles introdujo el agua en la ciudad de Selinunte, en Sicilia, ya destruidas, fueran semejantes a las de Siracusa, que consistían principalmente en minas y tuberías colocadas bajo tierra.

El sistema de conducción de Siracusa, que según dice Tucídides, fue destruido en parte por los atenienses en la expedición a Sicilia, aun abastece a la ciudad con abundancia de agua potable; y el túnel por debajo del mar que surte la isla de Ortigia, es una de las obras más notables de los tiempos antiguos.

En la isla de Cos se ha descubierto un depósito que consiste en una cámara en forma de campana, construida bajo tierra en la falda del Oromedonte, para recibir el agua de un manantial y conservarla fresca. Renovaba el aire por un pozo levantado sobre el techo de la cámara, y el agua pasaba de eses receptáculo por un canal subterráneo de 35 metros de largo y 2 de alto.

Las noticias de los escritores antiguos y los descubrimientos modernos no permiten dudar que sobre análogos principios se hicieron distribuciones de aguas en Persia, en todo el Asia Menor, en Siria y en Palestina, quedando aún en la célebre Palmira un notable resto de acueducto subterráneo.

No hablemos de Egipto y Babilonia, donde la inmensidad de las llanuras impuso el sistema de retener grandes cantidades de agua, tomada del Nilo, del Tigris y del Éufrates, en vastos y numerosos estanques, donde Saladino fue el primero que construyó un acueducto de 3600 metros para llevar a la ciudadela del Cairo el agua tomada del Nilo por medio de norias; y vengamos a tiempos menos remotos.

Tampoco faltaron ejemplos de conducción de aguas en la antigua Italia, uno de los cuales se ve en Túsculo y consiste en un estanque rectangular dividido en varias cámaras que recibían un manantial y después lo distribuían por medio de caños (tubi, fistulae) o canales. El estanque está cubierto con un techo de sillares voladizos unos sobre otros, construcción que se considera como origen de la bóveda.

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