Origen mitológico de la agricultura

En todos los pueblos el origen del cultivo de la tierra es incierto o fabuloso y se relaciona en las creencias vulgares con héroes y con dioses.

Los antiguos adoraron los vegetales notables, las plantas útiles o las nocivas. Rindieron culto a los árboles, frutas, legumbres y semillas. Como el animismo era inseparable de las concepciones primitivas, estos objetos no sólo eran adorados en sí mismos; el culto se extendía al propio tiempo a la realidad concreta y al espíritu: de aquí el simbolismo litúrgico del trigo y de la uva, por ejemplo, que de los misterios eléusicos ha pasado a la Eucaristía; de ahí también todos los genios y diablos del trigo, de la col, de la vid, etc., tan en vigor todavía en la mitología popular eslava y alemana y a loe que se atribuyen innumerables leyendas y prácticas supersticiosas.

La invención del cultivo y de los procedimientos agrícolas se atribuyó naturalmente, tan pronta a bienhechores imaginarios, a antepasados fabulosos de cada raza, como al cielo y a la tierra, antepasados universales. Al propio tiempo el concepto general de la agricultura se personificó en dioses especiales investidos de funciones diversos y cuyo nombre, por natural reciprocidad, llegó a ser, por lo común, sinónimo del objeto que les había dado origen.

No existe pueblo agrícola alguno, en el que por cualquier concepto no se encuentren la mayoría de estas formas simultáneas o sucesivas del culto a la agricultura.

Según el Génesis, Abel fue el primer agricultor y Caín el primer ganadero; en la India, el cultivador salió inmediatamente de la mano de Brahama, que le dio el toro sagrado para ayudarle en sus trabajos; en Egipto, Isis da a los hombres las primeras lecciones de agricultura; Diana dio este arte a Grecia, y Ceres lo enseñó en Italia y en Sicilia.

Según los Árabes, cuando Adán descendió del Paraíso terrenal para habitar la tierra, trajo consigo treinta ramas de árboles diversos; el trigo fue entregado al hombre por el ángel Mikail quien le manifestó que este grano formaría su alimentación y la de su posteridad, y le ordenó que cultivase la tierra y lo sembrase. Este grano de trigo primitivo tenía el tamaño de un huevo de avestruz; cuando el hombre cayó en la impiedad se redujo el grano; al tamaño de un huevo de gallina, despues descendió gradualmente al de un huevo de paloma, luego al tamaño de una avellana y en los tiempos de José aun tenía el grosor de un guisante.

Entre los Irocoyes el trueno, Heno, fue el elegido como patrón de la agricultura, al que se invocaba en la época de la siembra y de la siega, y los Indianos le llamaban su abuelo. Tupó, otro dios del trueno, desempeñaba el mismo papel entre los brasileños, y les había dado su azadón.

Tamoí, antepasado del cielo, enseñó la labor del campo a los Guaranís. Los Mozos conocían también un dios de la siega. En Méjico se consagraban dos grandes fiestas a Ceuteolt, diosa de las siegas, encargada de cuidar del desarrollo y conservación de los cereales; á. la primera mujer que hizo pan, Tchicomecoatl, le tributaban honores divinos, y por último la invención de la agricultura se atribuía al gran dios Quetzalcoatl. El Perú la remontaba a la pareja civilizadora Maneo Capac, primer hombre, y Mama Oello, primera mujer, personificaciones del sol y de la luna o del cielo y de la tierra. En Polinesia se puede citar Ofanu, dios de la agricultura, en las islas de la Sociedad: y en Tonga un dios del viento y del tiempo, Alo-Alo, honrado con ofrendas de patatas.

El Asia salvaje nos presenta la Pheebec-Yan de los Kareus de Birmania, los Barbi, Fari y Pidzu-Penu de los Khonds. Estos ofrecían a Farn Pena, diosa de la tierra, víctimas humanas Meriahs que despedazaban vivas y arrojaban al campo los trozos arrancados.

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