Origen del cargo de abad en España

Aunque es indudable que había monjes en España en el siglo iv, no consta que hicieran vida cenobítica, ni estuviesen regidos colectivamente por abades: se cree que más bien eran anacoretas y solitarios.

El Concilio nacional de Zaragoza, en el año 380, prohíbe a los clérigos disfrazarse de monjes por hipocresía, a fin de ser tenidos por más rígidos y austeros. Ya San Jerónimo lamentaba por aquel tiempo los vicios de algunos monjes holgazanes a quienes calificaba de gyrovagos, porque andaban de monasterio en monasterio sin recogimiento ni disciplina. En España por lo visto no faltaban, pues el canon vi del citado Concilio de Záragoza castiga duramente a tales hipócritas. Mas ese canon nada habla de Abades, ni se hallan noticias de ellos hasta el siglo vi de cuyo tiempo las hay abundantes y como de una institución muy conocida.

La carta del Papa San Siricio a Himerio de Tarragona, en 385, en su párrafo vi habla de monjes, y monjas, y monasterios, y personas que violaban sus votos de castidad, a las cuales manda expulsar del monasterio, y encerrar con gran rigor por toda su vida. Mas con respecto a los monjes de buena vida y costumbres, probadas por muchos años, permite y autoriza que se les vayan dando gradualmente los sagrados órdenes, cumplidos los treinta años: mas allí no habla de Abades.

El concilio de Lérida (año de 548) tiene un canon muy importante y que ha dado ocasión a largos debates entre los comentaristas del Decreto de Graciano. Prohíbe también que se funden iglesias con apariencias de monasterios, si no hay en ellas verdadera reunión de monjes. No logró aquel canon cortar el abuso, antes al contrario, siguió cundiendo en España y aun fuera de España, y de ahí las noticias fabulosas de esos centenares de monasterios quiméricos que se suponen todavía en siglos posteriores y hasta el xi inclusive. Cuatrocientos monasterios suponía Jovellanos en Galicia (Ley agraria) y le hubiera costado trabajo el probar que hubiera cuarenta a la vez y verdaderos monasterios.

El concilio 1° de Braga (año de 561), en su canon xv prohíbe que los clérigos ni los monjes tengan mujeres en su compañía no siendo muy próximas parientas, achacando ese abuso a los Priscilianistas, que en su grande hipocresía y mayor lascivia, habían introducido esa corruptela.
Empeño grande hubo en hacer a San Milán, no como quiera monje, sino Abad. Monje fue durante cuarenta años, haciendo vida enteramente solitaria en el inhabitable cerro de la Cogolla, como habían sido también monjes su maestro y director San Félix (Felices) en Bilibio, San Saturio cabe las ruinas de Numancia, y otros. Pero ordenado de presbítero San Millán por su obispo, que lo era Didimo de Tarazona, le encargó el curato parroquial de Vergegio, su pueblo natal. Calumniado ante su obispo, acusándole de malversador de los bienes de la parroquia, por su mucha caridad con los pobres, le depuso aquél de su curato, por cuyo motivo se retiró a vivir al inmediato vico o pago de Torrelapaja en compañía de otro presbítero llamado Aselo, con quien hacía vida común, con un criado que les servía.

Esto de asociarse los clérigos para vivir juntos, y como en comunidad, era tan usual en la disciplina de aquellos tiempos, que San Isidoro censura con acerba frase a los que vivían aislados, pudiendo vivir en comunidad, comparándolos a los mulos, que ni son asnos ni caballos. Por ignorar esto los que examinaron documentos de la Edad media calificaron de monasterios a muchos que no eran más que agrupaciones de clérigos seglares que vivían juntos. En la vida de San Milán habla San Braulio de unos clérigos que vivían de ese modo en Parpalines, a donde hubo de ir aquel Santo. Y bastó esa noticia para que el crédulo Sr. Sandoval y otros escritores inventaran un monasterio en Parpalines en el siglo vi, y no como quiera, sino de monjes benedictinos, que no los había en España, ni por sueños, en aquel tiempo, como se verá más adelante.

Pero, si no podemos contar a San Millán entre los primeros Abades de España (V. el tomo 50 de la España Sagrada), aunque como a tal se le venera en Castilla, bien podemos considerar como tal a San Vitorián, fundador del monasterio Asamiense en el Pirineo, y San Juan de Validara que fundó y rigió el monasterio de Biclaro, hacia el año 586, habiéndolo dirigido hasta el año 590, por cuyo tiempo pasó a ocupar la silla episcopal de Gerona. El Biclarense escribió una regla para sus monjes: si hubiera sido benedictino hubiera excusado este trabajo, como también San Isidoro que escribió otra, muy distinta de la de San Benito.
En las vidas de los Padres de Mérida, por el diácono Paulo, se cita al Abad Nuncto, africano, que vino a Mérida por devoción a Santa Eulalia, al cual favoreció Leovigildo a pesar de ser éste arriano.

San Isidoro en sus biografías de ilustres varones, De viris illustribus, cita a varios abades españoles, pero con la circunstancia de no llamarlos abades aunque lo fuesen.

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