Organización gremial del ejercicio de las artes industriales

Todos estos oficios, como se los llamaba antes, tienen su historia, y algunos de grande importancia; mas por su significación histórica, y por las trabas que antiguamente se ponían al ejercicio de los oficios, habremos de decir algo ahora, aunque muy sumariamente, de la organización que en los pasados tiempos tenían, esto es, de su organización gremial.

Desde los tiempos más antiguos, las artes y oficios estuvieron constituidos en corporaciones.

En todas partes los artesanos eran esclavos sujetos a la condición más miserable. En Roma estas corporaciones eran designadas con el nombre de colegios. Mientras duró la República, estos colegios no ejercieron influencia alguna en la gobernación del país, viviendo despreciados y obscurecidos: el espíritu nacional únicamente se movía ante las empresas bélicas.

Durante el Imperio romano, y especialmente en tiempo de los Antoninos, comenzaron los colegios a llamar la atención del Gobierno. La clase obrera hallábase entonces dividida en tres grupos: uno cuyos miembros servían en las fábricas del Estado, verdaderos esclavos a quienes el Estado designaba la clase de trabajo a que habían de dedicarse sin tener en cuenta para nada sus aptitudes ni aficiones. El segundo grupo correspondía a los obreros que se dedicaban a la producción de las sustancias alimenticias. Estos, de mejor condición que los primeros, tampoco eran hombres libres. Sin autorización del Gobierno no podían separarse de su colegio. Los instrumentos de su trabajo y hasta una gran parte de los productos de éste, eran de la propiedad del colegio. Finalmente, la tercera categoría o colegio libre la formaban artesanos libres, para quienes el trabajo no era obligatorio. Por la ley podían separarse de su colegio, sin previa autorización, pero de hecho a él estaban sujetos, como más tarde estuvieron apegados al terruño los siervos de la gleba. En los últimos tiempos del Imperio, estos colegios gozaron de cierta independencia, administrando sus bienes, teniendo jueces especiales y hasta sus fiestas en determinadas épocas del año.

La invasión de los bárbaros hizo desaparecer esta organización, que no renació hasta el siglo xi, cuando la formación de las municipalidades. Los antiguos colegios romanos tomaron entonces el nombre de gremios. Para ser admitido en uno de éstos, era preciso haber trabajado en el oficio en calidad de aprendiz o mancebo cierto número de años, que no bajaba nunca de seis o siete. Al cabo de estos, para pasar a oficial, se sufría un examen presentando una obra maestra, llamada pieza de examen, y pagando cierta cantidad en metálico, sucediendo casi lo propio cuando se deseaba llegar a la categoría de maestro en el oficio. Sin sujetarse a estas formalidades, no era posible ejercer ninguna industria por más que se sobresaliese en ella.

Esta viciosa organización produjo deplorables resultados. Las artes no progresaban por falta de emulación y de interés. Negábase la libertad de la industria, cohibíanse los medios de existencia poniendo trabas a la libertad del trabajo, el derecho a éste era ilusorio, se mataban las aptitudes de todos aquellos que por unas u otras razones, a veces por envidias, odios y rencores, no alcanzaban el título de maestro; las artes no salían del camino de la rutina, y por último los consumidores sufrían los males que la falta de la libre concurrencia causa siempre a la producción. El interés privado, la emulación, la competencia en fin, son y serán siempre los únicos medios para que la industria mejore los sistemas de producción y abarate los productos.

Esta monstruosa situación duró muchos años, no sólo porque siempre y en todas ocasiones el error opone muy tenaz resistencia a que se difunda la luz de la verdad, sino también porque los reyes encontraron en este sistema de organización del trabajo un modo eficaz y fácil de aumentar los ingresos del fisco. Ellos podían a su antojo, mediante la entrega de cierta cantidad en las arcas reales, dar título de maestros, de jurados, etc., de tal modo que llegó a ser una prerrogativa real la facultad de conceder el derecho al trabajo. En algunas naciones, al llegar el siglo xvi, se quiso disolver las corporaciones gremiales; pero éstas habían adquirido un poder inmenso, y los maestros, celosos defensores de sus privilegios, lucharon para conservarlos.

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