Obra de Copérnico en la astronomía

Llegamos por último a la época en que saliendo la Astronomía de la estrecha esfera en que hasta entonces había estado encerrada, se elevó, con rápidos y continuos progresos a la altura en que hoy la vemos.

Purbach, Regicanontano y Walter prepararon los hermosos días de la ciencia que hizo nacer Copérnico, explicando los fenómenos celestes por medio de los movimientos de la Tierra sobre sí misma y en torno del Sol.

Sorprendido como el Rey Sabio de la extremada complicación del sistema de Ptolemeo, buscó en los antiguos filósofos una disposición más sencilla del universo; conoció el sistema de los pitagóricos; supo que Nicetas hacia girar la Tierra sobre su eje y por ese medio libertaba a la esfera celeste de la inconcebible velocidad que era forzoso suponerle para que efectuara su revolución diurna; estas ideas hicieron gran mella en su imaginación y las aplicó a las observaciones astronómicas que el tiempo había multiplicado, notando que el doble movimiento de la Tierra daba cuenta perfecta de todos los movimientos aparentes.

La revolución diurna no era más que una ilusión debida a la rotación de la Tierra; la precesión de los equinoccios se reducía a un ligero movimiento del eje terrestre; desaparecieron los excéntricos y epiciclos de Ptolemeo; destronada la Tierra del lugar importante que le asignaba la Astronomía antigua, quedo reducida a un planeta como los demás, girando como éstos, alrededor del Sol, hecho centro inmóvil del mundo; en cuanto a la Luna, siguió girando de occidente a oriente alrededor de la Tierra, mientras que ésta era arrastrada en torno del Sol.

Publicó Copérnico su obra de la nueva teoría con el título de Revoluciones de los cuerpos celestes, presentándola, por temor a los prejuicios admitidos, como una hipótesis, y así dice en su dedicatoria al papa Paulo III que “habiendo imaginado los astrónomos ciertos círculos para explicar el movimiento de los astros, he creído que podría examinar igualmente si la suposición del movimiento de la Tierra no hace mas exacta y sencilla la teoría de esos movimientos”. No pudo este grande hombre ser testigo de la revolución que debía engendrar su obra y murió en el instante en que se publicaba su libro (1543).

“Si alguna vez, dice Bailly, se ha propuesto en el mundo un sistema atrevido, no hay duda que es el de Copérnico; tenía que contradecirá todos los que juzgaban por sus sentidos; era menester persuadirlos de que lo que veían no existía; en vano habían visto desde el nacer, moverse el Sol y las estrellas, pues Sol y estrellas estaban inmóviles y sólo había movimiento en la pesada masa que habitamos; hay que olvidar el movimiento que vernos para creer en el que no percibimos… Más todavía; había que destruir un sistema recibido y aprobado en las tres partes del mundo y derribar el trono de Ptolemeo que había recibido el homenaje de catorce siglos”.

El sistema de Copérnico, diremos a nuestra vez, tenía que luchar, no sólo con las apariencias sensibles, sino con el prejuicio finalista; no sólo contra la autoridad científica, sino también contra la religiosa, y puede decirse que su triunfo fue el de la ciencia positiva sobre la tradición y la fe.

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