Naturaleza de la astronomía

Para formarse una idea exacta y general de la naturaleza y composición de la Astronomía, dice Comte, es indispensable, saliendo de las definiciones vagas que se dan habitualmente, empezar por circunscribir con exactitud el verdadero campo de los conocimientos positivos que podemos obtener acerca de los astros. Procede a esta limitación el fundador de la Filosofía positiva, haciendo notar que entre los tres sentidos propios para permitirnos distinguir la existencia de los cuerpos lejanos, el de la vista es evidentemente el único de que podemos servirnos en las investigaciones astronómicas.

No sería posible que existiese la Astronomía con especies ciegas, por inteligentes que quisiéramos suponerlas; y para nosotros mismos, los astros obscuros, que son quizás más numerosos que los visibles, dejan de ser objeto de estudio real, puesto que sólo por inducción podemos sospechar su existencia: toda observación que en ultimo extremo no sea reductible a simples observaciones visuales, nos es, pues, imposible respecto de los astros, que, por esta razón, de todos los seres naturales son los que con relaciones menos variadas podemos conocer.

Concebimos la posibilidad de determinar sus formas, distancias, magnitudes y movimientos; pero nunca sabremos estudiar por ningún procedimiento su composición química o su estructura mineralógica, y a mayor abundamiento, la naturaleza de los cuerpos organizados que viven en su superficie: en una palabra, nuestros conocimientos positivos respecto de los astros están necesariamente limitados a los fenómenos geométricos y mecánicos únicamente, sin poder abrazar las demás investigaciones físicas, químicas y fisiológicas, que se efectúan en los demás seres accesibles a todos nuestros diversos medios de investigación.

A estas consideraciones puede objetarse desde luego, de un modo general, que es pretensión muy peregrina la de querer fijar en cualquiera ciencia el límite de lo accesible y de lo inaccesible, diciendo a los esfuerzos y a las esperanzas: “hasta aquí podréis llegar; pero de tal punto no pasaréis”.

Por lo demás fácil es comprender que lo que limita nuestro conocimiento en lo relativo a los astros no es el empleo forzoso y único del sentido de la vista en las investigaciones astronómicas, sino la insuficiente perfección de este sentido: no nos muestra la vista tan solo las formas, magnitudes, distancias y movimientos; también por ella percibimos los fenómenos de coloración, y estos son, precisamente, de naturaleza adecuada para traducir ante nuestros ojos la composición química de los cuerpos.

Sabido es que el análisis espectral ha dado el mentís más completo a Augusto Comte, y que gracias a tan hermoso descubrimiento ha salido la Química de los límites en que la contenía la necesidad de tocar los cuerpos para determinar su naturaleza: ha seguido al astrónomo en el cielo y el espectro solar se ha convertido en testigo de la constitución química de la atmósfera solar y de las estrellas.

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