Nacimiento de la astronomía física

Veamos de un modo sucinto cómo ha nacido la Física de los astros, de qué recursos dispone y por qué métodos pretende llegar a su fin.

Antes del invento del anteojo, en tiempos de la Astronomía pretelescópica, no había posibilidad de que existiese el estudio físico de los astros; pero a principios del siglo xvii, en la misma época en que Kepler fundaba, basado en la observación, las leyes empíricas del sistema planetario, y algunos años antes de que Newton reconociese el lazo cuya existencia había de dar cuenta de estas leyes, Galileo, armado de un anteojo que acababa de perfeccionar, escrutaba por vez primera las profundidades de los cielos y transformaba la Astronomía creando la Astrofísica: en Kepler, Newton y Galileo se personifican las tres partes de la ciencia, la Astronomía de observación, la Mecánica celeste y la Física de los astros.

Los descubrimientos de Galileo se continuaron por Hevelio, I. D. Cassini y Huyghens que con admirable paciencia reconocieron en el cielo todo cuanto era posible con los instrumentos de que disponían. Una vez efectuada esta primera investigación del cielo, se limitaron los sucesores de estos hombres ilustres a la comprobación de los principios de Newton y a la medición de las dimensiones del universo, empleando anteojos menos incómodos, pero sin hacer ningún descubrimiento en casi todo el siglo xviii; más aún: algunos hechos ya conocidos cayeron en un olvido completo, y, cosa singular, un descubrimiento capital realizado en 1758, el acromatismo de los objetivos, contribuyó asimismo a disminuir la potencia de los anteojos, por la imposibilidad que había en aquella fecha de obtener vidrios de dimensiones suficientes para la realización del invento de Dollond.

A fines del siglo pasado dio la Astronomía física un paso gigantesco a causa de los inesperados descubrimientos de Herschel, que consiguió construir telescopios grandísimos de los que sacó gran partido con su actividad y paciencia, no obstante las imperfecciones que presentaban y la inclemencia del cielo de los alrededores de Londres; pero no debemos considerar a Herschel sólo como el más asiduo y hábil de los observadores; el fin de sus investigaciones fue siempre el establecimiento y comprobación de hipótesis grandiosas sobre la constitución del universo, y si algunas veces erró, con más frecuencia supo, por la fuerza y penetración de su genio, suplir a la insuficiencia de los métodos de observación de que disponía, adivinando verdades confirmadas posteriormente por los nuevos descubrimientos. A él debe la Astronomía la noción de la existencia de la materia nebular, que hoy día domina todas las teorías cosmogónicas, y los juicios más exactos y atrevidos sobre la arquitectura de los cielos.

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