Méritos y defectos de la aristocracia

Prescindiendo ya de cuanto las escuelas políticas han expuesto en pro o en contra de la legitimidad de las aristocracias, procuremos determinar históricamente los vicios y virtudes de las mismas.

Y empezando por las segundas, hállase en primer término la energía, la dignidad y la independencia, por las que, sometido el hombre a las más rudas pruebas en la vida pública, no pide auxilio a nadie. Tales fueron las cualidades de la aristocracia en la antigua Roma y en Venecia.

En épocas de adelantada cultura, recomiéndase esta clase por el valor que la impulsa a no faltar nunca en los campos de batalla, por sus hábitos elegantes y de buen gusto, y por la continuidad no interrumpida y la profundidad de los propósitos. Los senadores romanos, los gobernantes de Venecia y los aristócratas ingleses, prueban la verdad de nuestras afirmaciones. Así se crea una clase política dedicada desde la juventud al estudio y a la práctica del arte de gobernar, y es posible que un Pitt sea a los 23 años ministro de extraordinarias condiciones.

Las casas aristocráticas son, por tal medio, depósito público y archivos vivientes de la constitución del país, en los que se encuentra, mejor que en las bibliotecas, el secreto del vigor y del poderío de las naciones y de los individuos que dominan a las multitudes. Los defectos que la historia, descubre en las aristocracias, pueden reducirse a los siguientes: el orgullo de casta, estrecho, firme, inflexible; el desprecio al trabajo y al resto de los mortal es, a veces convertidos en juguete de los placeres del noble o en instrumento de sus ambiciones; la dureza del esposo con su compañera, el despotismo del padre con los hijos, la desigualdad de derechos entre hermanos, las tendencias oligárquicas, y si la oligarquía se constituye, el egoísmo y abuso del poder.

Volver a ARISTOCRACIA – Inicio