Mejoras en las piezas de artillería terrestre

La artillería se perfeccionó en Alemania, y allí probablemente se inventó el cañón fundido de una pieza. En nuestras crónicas se citan como muy hábiles y certeros a los artilleros alemanes que servían en el ejército castellano. Tenían algunas piezas dimensiones enormes, tales como una de las empleadas por los turcos en el sitio y toma de Constantinopla, que necesitaba 200 hombres y 70 pares de bueyes para su manejo y transporte, su bala de piedra pesaba 1.800 libras, y no podía hacer al día mas de cuatro disparos; la lombarda de Gijón que menciona la Crónica de Juan II, para la que eran menester 150 bueyes, y la que aun conservan los ganteses, de cinco metros de longitud, y 33.000 libras de peso, cuya recámara podía contener 140 libras de pólvora.

Conforme se iban alargando las piezas, era más difícil cargarlas, y como no se llegaba a la recámara con la mano, se ponía la pólvora en un cartucho cilíndrico que se introducía en un semi-cilindro hueco hasta el fondo del ánima con el atacador, retirando después el semicilindro por medio de una cuerda a que iba atado. El tapón de madera con que se cerraba la recámara se colocaba en su sitio con auxilio de una pica, y extraída ésta se le ajustaba de igual manera que a la carga.

La artillería española sustituyó estos objetos con la cuchara de cobre enmangada, en la que se llevaba la pólvora a granel; un fuerte taco de filástica en lugar de tapón la contenía en su sitio, conservando el atacador para ajustarlo.

A fines del siglo xiv se sustituyeron los proyectiles de piedra por los de hierro fundido. A principios del siglo xv se obtuvieron piezas de hierro colado; se modificó el ánima de las lombardas, que se hicieron cilíndricas, y la mayor densidad y peso de las nuevas balas permitió disminuir su diámetro. El de las recámaras se aumentó y se construyeron piezas de ánima seguida, a las que se dio el nombre de cañones. Para obtener mayores alcances fue preciso alargar las bocas de fuego, y hubo piezas de 7, 8, 9, 10 y aun 16 metros, que se llamaron culebrinas. Al mismo tiempo se empleaban las piezas llamadas de braga, de grandes dimensiones y capacidad, que disparaban balas de piedra de 300 libras, y que eran cañones cargados por la culata, en los que se separaba la parte posterior que comprendía la recámara, y después de cargada se acomodaba de nuevo en su puesto.

Sucesivamente fueron introduciéndose utilísimas mejoras. A fines del siglo xv se inventaron los muñones, con lo que desaparecieron en gran parte las dificultades que había para apuntar las piezas. El cañón se moviliza y rueda sobre afustes en los campos de batalla. Empieza también la organización, pues en 1475 aparece en Castilla un maestre mayor de artillería.

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