Los modernos telescopios en astronomía

A principios de nuestro siglo se mejoró de tal suerte la construcción de los vidrios de óptica en manos de Guinaud y Frannhofer, que pudieron construirse objetivos perfectos bastante grandes; por otra parte los nuevos recursos de las artes mecánicas permitieron dar a los anteojos y telescopios monturas ecuatoriales con las que se podía seguir exactamente la marcha diurna de los astros por la acción de un movimiento de relojería.

Hoy día están así montados todos las grandes instrumentos de que se vale la Astrofísica y se cuenta con telescopios de espejos perfectos de 1,20 m. de diámetro como los de París y Melbourne y con refractores de 0,65 m. de abertura como el de Washington, construyéndose otros en la actualidad que miden 0,75, 0,80 y hasta 1 m. de diámetro.

¿Para qué pueden servir estos enormes instrumentos y cuál será el límite a que llegarán los constructores? La necesidad de las grandes aberturas proviene de que la imagen de un astro producida por un objetivo o espejo, aunque sean perfectos, no es indefinidamente fina y no reproduce punto por punto cada uno de los detalles del astro. Se trata, por decirlo así, de un dibujo trazado con lápiz cuya finura depende del diámetro del objetivo; es una fotografía obtenida con un colodión cuyo grano tiene siempre una dimensión muy apreciable que no se puede amplificar útilmente con un cristal de aumento sino hasta el límite en que este grano empiece e ser visible, y el grano de la imagen focal producida por el objetivo es tanto más fino cuanto mayor sea el diámetro de la lente. Los grandes vidrios de nuestros instrumentos ofrecen pues la doble ventaja de iluminar con más viveza la imagen y de dibujarla con detalles más finos y delicados.

¿A qué grado de finura puede llegarse en realidad? Pueden citarse a este propósito las interesantes observaciones del planeta Marte efectuadas por Mr. Schiaparelli, director del observatorio de Brera, en Milán; con un anteojo de Merz de 0,218 m. de abertura, hallándose Marte a una distancia de 14 millones de leguas durante la oposición de 1877, pudo distinguir este hábil astrónomo una mancha redonda de 137 kilómetros de ancho. Desde Marte se hubiera podido distinguir una isla del tamaño de Sicilia, un lago como el Ladoga o el mar de Tsad; una lengua o banda de tierra es visible con tal que tenga 70 kilómetros de ancho de modo que hubieran podido percibirse islas prolongadas o istmos como la Jutlandia, Cuba o Panamá.

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