Las armas poderosas que los modernos descubrimientos han puesto en manos de los astrónomos, deben manejarse con extremada prudencia si queremos utilizarlas en conquistas duraderas, prudencia mucho más recomendable en nuestro camino por los nuevos campos en que va extendiéndose la Astrofísica, desde hace algunos años.
¿Es cierto que el Sol regula las variaciones del magnetismo terrestre, y que la aparición de las auroras boreales está íntimamente ligada a la de las manchas solares? ¿Débense esas manchas a una acción desconocida de los planetas? En una palabra: ¿existe entre el Sol y los planetas otro lazo distinto de la gravitación universal?
Graves cuestiones son estas que la ciencia no hace más que vislumbrar, pero cuya solución ensanchará algún día los dominios de la Astrofísica, dominios bastante vastos ya, pues los recursos de que dispone la ciencia son lo suficientemente ricos para permitir que la Astronomía física ocupe un lugar especial al lado do sus hermanas mayores, puesto que les ha prestado inmensos servicios que no deben olvidarse, y donde la observación directa y la teoría matemática sólo pudieron hacernos entrever la verdad, vino a revelárnosla desnuda, la Astrofísica.
La observación nos ha enseñado en el cielo las estrellas binarias que parecen describir órbitas elípticas, en torno una de otra; es probable, por consiguiente, que la misma ley de gravitación que rige los movimientos de los planetas al rededor del Sol, gobierne también los movimientos de las estrellas; esta probabilidad la ha convertido en certidumbre la Astrofísica, demostrando la identidad de la materia de las estrellas y del Sol, demostración tan importante que si desgraciadamente los espectros de Sol, de las estrellas y las nebulosas se presentasen en un todo distintos de los que ofrecen los cuerpos terrestres; si en vez de encontrar en el Sol y las estrellas las líneas de nuestros metales y cuerpos simples, hubiéramos visto en ellos jeroglíficos sin semejanza con los que escriben en los espectros los nombres de las sustancias que conocemos, perderíamos todo genero de comunicación con los astros, desmoronándose la base de todas nuestras conjeturas sobre el estado y la constitución de los cuerpos celestes, y quedaríamos aislados en medio del universo, condenados a contemplarlo sin comprenderlo, y no hay, en la historia de las ciencias naturales, hecho más grande que esta demostración de la identidad de la materia del universo, el cual a la Astrofísica lo debemos.
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