Los autos de fe de la nueva inquisición

Prevaleció la Inquisición que podemos llamar nueva desde 1481. Tantos eran los que perecían en el fuego, que el gobernador de Sevilla hizo construir, en el llamado campo de Tablada, un cadalso permanente de fábrica, que ha durado hasta el presente siglo con el nombre de el Quemadero, y en él puso cuatro grandes estatuas de yeso huecas, conocidas con el dictado de los cuatro profetas. Dentro de ellas metían vivos a los impenitentes para que murieran a fuego lento.

El temor hizo salir de España a una multitud innumerable de cristianos nuevos, que se refugiaron en Francia, Portugal y África.

Los rigores de la Inquisición llegaron a tales extremos, que en 1498 había ya castigado a más de ciento catorce mil cuatrocientas una personas: de ellas, diez mil doscientas veinte quemadas en persona; seis mil ochocientas sesenta en efigie o estatua; y noventa y siete mil trescientas veintiuna penitenciadas con confiscación de bienes, debiendo tener en cuenta que estas cifras con en realidad muy inferiores a las verdaderas.

En una inscripción puesta el 1524 en la Inquisición de Sevilla podía leerse que desde la expulsión de los judíos hasta la fecha de la inscripción abjuraron más de veinte mil herejes, siendo entregados al fuego y abrasados en él casi millares de hombres.

La censura alcanzó también a los libros, y así consta que Torquemada, en auto público de fe celebrado hacia 1490 en Salamanca, hizo quemar más de seis mil.

La Inquisición no comunicaba las sentencias hasta comenzar su ejecución, y hacía que el reo saliese al auto de fe, tanto para la reconciliación como para la relajación, con sambenito, coroza en la cabeza, soga de esparto al cuello y una vela de cera verde en las manos, distintivos que los familiares del Santo Oficio le ponían al tiempo de sacarlo de la cárcel para conducirlo el auto de fe, donde le intimaban la sentencia para ejecutar en seguida lo que en ésta se mandase, bien fuese reconciliación o bien relajación.

En los ocho años que fue inquisidor general D. Diego Deza, se calcula que dos mil quinientas noventa y dos personas murieron en el fuego, que se quemaron ochocientas noventa y seis estatuas, y que hubo treinta y cuatro mil novecientos cincuenta y dos penitenciados. El cardenal Cisneros, en los once años, que ejerció el cargo de inquisidor general, autorizó el castigo de cincuenta y dos mil ochocientas cincuenta y cinco personas, sean: tres mil quinientas sesenta y cuatro quemadas; mil doscientos treinta y dos en estatua, y cuarenta y ocho mil cincuenta y nueve penitenciadas. En los cinco años que el cardenal Adriano fue inquisidor, se contaron: mil seiscientos veinte quemados en persona; quinientos sesenta en estatua; y veintiún mil ochocientos cuarenta y cinco penitenciados. En los quince años del ministerio inquisitorial del cardenal D. Alfonso Manrique hubo dos mil doscientos cincuenta quemados; mil ochocientos veinticinco en estatua, y diez mil doscientos cincuenta penitenciados. En el de su sucesor, el cardenal Juan Pardo de Tabera, que murió en 1° de agosto de 1545, se contaron ochocientos cuarenta reos quemados en persona; cuatrocientos veinte en estatua, y cinco mil cuatrocientos sesenta penitenciados.

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