Los árabes como protectores de las letras en España

Hacam II, el más culto y amante de los libros de los Benu-Omeya, fue al mismo tiempo grande favorecedor de los literatos y poetas; y la garganta de Orión que formaron en Oriente, como protectores de las letras, Seifadola Aádola y Basar, fue obscurecida en Occidente por la constelación formada por Hacam II, su hijo Hixem II y su ministro Almanzor.

La liberalidad de Al-Hacam con sus poetas e historiadores no conocía límites: a unos regalaba casas, a otros pensionaba, a muchos señalaba habitación en su mismo palacio. Hizo donación de una casa al poeta Yusuf B. Ammar, esto es, el hijo de los más cultos, llamado así porque reunió las dos prendas de superior cultura arábiga: elocuencia y amor a los buenos oradores.

Regaló otra al historiador Ahmad B. Sad El-Hamdani, que había empezado a escribir una historia de Al-Andalus (España); a un javen de su guardia, Abdallah, hijo del juez Abu-Gualid Junis, que había pedido permiso para quedarse en Córdoba o Sevilla, por hallarse en salud débil, para resistir las incomodidades de la guerra y se ocupaba en escribir las campañas de los Benu-Omeya, le señaló una habitación en el palacio de Motilla; al poeta Calafat le hizo su familiar; al erudito persa Xabur, camarlengo; al ilustrado juez de la mezquita de Córdoba, el Mozni, que le había presentado un Espejo de príncipes, y a Al-Mohti, que le había auxiliado en la elaboración de esta obra dividida en cien partes capitales, a ambos les hizo miembros del Consejo de Estado que presidía el instruido Aben-Xorbi.

Tales prodigalidades en honores y recompensas, sólo hallaron después muy raros ejemplos en príncipes como los Médicis y Luis XIV; mas el honor que dispensaban califas y sultanes a los hombres de ciencia, de acompañarlos en su entierro, no ha tenido hasta ahora imitadores entre los soberanos de la culta Europa.

Con tantos honores y distinciones, con tales gracias y premios, natural era que se elevasen a su más alto punto la emulación con que la ciencia y la poesía eran cultivadas, extendiéndose hasta a las mujeres. En aquel tiempo las poetisas del harem competían con las de los funcionarios del alcázar y los nombres de algunas de ellas se han conservado en la historia de los árabes, como se halla el de Safo al lado del de los más grande poetas griegos.

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