Los altares en la iglesia

Durante muchos siglos no hubo en cada iglesia más que un solo altar, pues aunque se tiene noticia de algunas que tenían varios, se cree que estarían colocados en distintos ábsides o disposición que se conservó durante toda la Edad media.

Asimismo todos los altares estaban aislados, y de ningún modo arrimados a la pared; de modo que se podía andar alrededor de ellos libremente, recomendable práctica caída en desuso en el siglo xvi, en que se construyeron altares arrimados a los machones, y luego se extendieron por los muros al rededor de la iglesia.

Los primeros altares estaban coronados por un baldaquino llamado eiborium, compuesto de una pequeña cúpula sostenida por cuatro columnas colocadas en los ángulos y guarnecido con ricas cortinas de púrpura o brocado, destinadas a cubrir el altar en el momento en que se celebraban los misterios cristianos, cuando no se cerraba todo el ábside con una gran cortina, como se hacía otras veces y continúa haciéndose en Oriente.

El uso del baldaquino se propagó por toda la Edad Media, durante el período ojival, y hasta el Renacimiento en que fueron destruidos todos o la mayor parte de ellos.

Algunas veces el baldaquino no se apoyaba en columnas, sino que estaba suspendido de la bóveda del ábside por medio de una cadena, y otras estaba sujeto por la parte posterior de una manera idéntica a los doseles de hoy día, disposición que tenía el cimborrio del altar mayor de la catedral de Santiago, cuya tradición se conserva en el pesado dosel de madera con que se le sustituyo en los tiempos del churriguerismo.

Como ya queda dicho, hasta el siglo xiii estuvo el altar colocado, no al fondo del ábside, sino en la embocadura o en el medio del crucero, y en él celebraba el sacerdote el Santo Sacrificio de la misa con la cara vuelta al pueblo, como todavía lo hace el papa en el altar pontifical da San Pedro, y al revés de lo que se practica actualmente en todas las iglesias.

Mientras este uso permaneció, el retablo no tenía razón de ser, y aun después de colocado el altar en el fondo del ábside no se vio comúnmente y por mucho tiempo otra cosa detrás de él que los muros pintadas o cubiertos de tapices, cuando las ventanas dejaban sitio para ello, y no reemplazaban completamente a los muros, como empezó a suceder en el siglo XIV, sin dejar otros macizos que los indispensables para sostener la fábrica.

Ya en el siglo xiii comenzáronse a colocar en algunas iglesias retablos; pero hasta el xv no se hicieron generales. Entonces se cegaron bellísimas ventanas, y muchos ábsides, antes rodeados de columnas, quedaron cerrados con paredes levantadas para colocar los dichos retablos.

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