La ciudad de Troyes ha desempeñado un lugar importante en la historia de los almanaques de todas clases.
Acabamos de decir que durante siglo y medio o poco menos, había visto imprimir en sus muros el Compost et kalendrier des bergers: fue la cuna del primer anuario científico ahogado al nacer, y en ella se publicó el último almanaque verdaderamente astrológico, en el sentido de los almanaques del siglo xv; era el editor un tal Maribas, y se titulaba Almanaque fiel, continuándose hasta 1799, el penúltimo año del siglo xviii; el autor se llama a sí mismo gran astrólogo y matemático.
Empieza con las predicciones del tiempo y sigue con suma gravedad con las fechas favorables para pelarse, cortarse las uñas, sangrarse, purgarse, etc.; indica a las madres y nodrizas los días malos para despechar a los niños.
Cree uno soñar cuando lee estas extravagancias, impresas, por decirlo así, a la puerta de la Escuela Politécnica y el mismo año en que veía la luz el primer volumen de la Mecánica celeste de Laplace; este almanaque, sin embargo, tenía público, y aún hoy día encuentran miles de lectores crédulos los almanaques con predicciones meteorológicas.
Realmente hay en el hombre dos elementos: el del progreso, que le sirve para instruirse de día en día, y el de la rutina, que perpetúa los hábitos intelectuales y los errores de nuestros antepasados.
¡Cuántos de nosotros se encuentran libres de estos prejuicios tradicionales, que la ciencia en su progreso combate sin cesar!
La venta y gran despacho de los almanaques proféticos puede servir de respuesta a esta pregunta.
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