Las primeras piezas de artillería

Las primeras piezas que se idearon tuvieron la forma y nombre de morteros, que conservan en la actualidad; empleaban un proyectil de piedra y se cargaban colocando la pólvora en el interior y encima la piedra que iba a arrojarse; pero como la pólvora se usaba en pasta o en polvo, ardía con suma lentitud, y como además el proyectil estaba sometido muy corto tiempo a su fuerza, adquiría muy poca velocidad y su efecto era muy escaso.

Fue preciso remediar tan grave inconveniente y aumentar el tiempo de acción de la pólvora sobre el proyectil, para lo que se dio más longitud a la pieza y se redondeó aquél colocándole más adentro; aunque como era de piedra labrada muy toscamente se conservó el hueco interior de forma tronco-cónica, que permitía arrojarlas de diámetros distintos o varias a la vez, siendo en este caso equivalente a un disparo de metralla, por lo que se llamó a la pieza pedrero.

Después se regularizó la forma de los proyectiles, hízose cilíndrica la parte anterior del ánima, la posterior o recámara conservó su figura cónica o la tuvo cilíndrica de menor diámetro, cerrándola con un tapón de madera para retardar la acción de la pólvora y conseguir mayor efecto. Aumentó así el ruido de la explosión por lo que, según algunos autores, se llamó bombardas a estas bocas de fuego, si bien otros las llaman indistintamente bombardas o lombardas, y hacen derivar este segundo nombre de Lombardía.

En los últimos años del siglo xiv y primeros del siglo xv usáronse ya las lombardas en España para combatir muros, y en la guerra que contra Granada hizo Fernando de Antequera en 1407 lleváronse varias; pero el nuevo invento era tan imperfecto que dos días tardaron los lombarderos en atinar a las murallas de Setenil, por lo que el infante resolvió apelar a las antiguas máquinas.

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