Las cajas de ahorro

Necesita el ahorro una organización, que responda a sus condiciones esenciales. Nadie se impone un sacrificio, o privación, sin la esperanza de obtener algún beneficio, o recompensa, a no ser que nuestros actos vayan guiados por un sentimiento de beneficencia, que desempeña un gran papel en la humanidad; pero que no es, ni puede ser, regla general de vida en la evolución de las sociedades humanas.

El ahorro ha de reportar alguna utilidad o interés al que pone un límite a la satisfacción de sus necesidades, con el objeto de formar un capital, que es de escasísima importancia, tomando separadamente lo que cada uno pueda ahorrar.

En conjunto llegan a constituir sumas colosales esos pequeños ahorros. De ahí el que faltase el principal estímulo para el ahorro, cuando permanecían inactivas las pequeñas cantidades, que cada uno conservaba en previsión de futuras necesidades. Amortiguado el espíritu de asociación y sin instituciones adecuadas para la concentración y empleo de cantidades mínimas, no se aprovechaba la incesante acción del ahorro, que apenas se nota en las grandes masas, cuando no está organizado, y es de poder incalculable, mediante una organización apropiada a las condiciones en que vive el trabajador.

Las Cajas de ahorro, que abonan al imponente un pequeño interés, y dan inversión segura al capital acumulado, sirven de intermediario en la operación sencillísima de entregar a la circulación general de la riqueza las ganancias sustraídas al consumo diario.

Las facilidades dadas al ahorro son tales, que en naciones como Inglaterra existen multitud de cajas (Penny Bancks) que admiten imposiciones de diez céntimos de peseta, hasta que se reúne un shilling (1,25 pes.) que se deposita en una caja de ahorros.

En las administraciones de correos se procede con sencillez suma. La imposición de un penny se hace adhiriendo a un cartón un sello de ese valor, y cuando los timbres representan la cantidad de un shilling, se abona ese ingreso al imponente, en la caja de ahorros.

Con el objeto de que el hábito del ahorro se arraigue en el ánimo del ciudadano, se extiende en la mayor parte de los pueblos cultos la institución de las cajas escolares, que además de acostumbrar al niño a la práctica de esa virtud, propia de los espíritus viriles, despiertan con tan saludable ejemplo la previsión entre los adultos. Se observa que en las poblaciones donde el ahorro escolar prospera, se desarrolla a la par el ahorro entre los adultos.

No está reservada a las cajas de ahorro la importantísima función económica, a que nos referimos. Los Bancos populares, que, bajo la dirección de Schulze Delitzsch, llegaron en Alemania a un grado de prosperidad verdaderamente notable, favorecen el ahorro, con la misma o mayor eficacia que las cajas instituidas para ese fin.

El fondo, que se constituye con el ahorro de las clases populares, se destina al sostenimiento o al desarrollo de la industria entre las mismas clases, bajo la garantía de todos los asociados. El estímulo de los intereses, la eficacia de la garantía y la satisfacción de que se contribuye a la formación de un capital, que puede servir para el fomento de la propia industria el día en que se presente ocasión de acometer esa empresa, son condiciones que predisponen al ahorro.

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