Las artes industriales en Francia

El extraordinario éxito que los productos de la industria francesa alcanzaron en las Exposiciones universales de Londres en 1851 y de París en 1855 y 1876, demostró de un modo brillante que el arte es la condición esencial y vital de la industria.

Hasta entonces todas las principales naciones industriales habían consagrado sus esfuerzos a producir barato, disputándose los más insignificantes beneficios a costa de una fabricación inmensa y de un exceso de trabajo verdaderamente titánico exigido a los obreros en los tiempos prósperos, y de la miseria y las crisis comerciales más espantosas en los tiempos adversos.

Es preciso confesar que sólo la Francia, por su carácter especial y por sus disposiciones nativas, favorecidas por una educación artístico-industrial adecuada, aspiraba entonces a producir obras perfectas y acabadas, llevando a las fábricas el rayo de luz del arte y haciendo que a la bondad y solidez de la producción acompañasen el buen gusto y el esmero en la ejecución.

“Para nosotros —decía el mencionado Mr. Laborde en su excelente Memoria sobre la aplicación de las artes a la industria, presentada a la Comisión francesa del Jurado internacional de la Exposición de Londres—; para la Francia la baratura consiste en la elegancia de la forma, de la combinación, del ajuste, de la disposición general: queremos la baratura de lo que es bello y seductor, no la baratura de lo feo y grosero. A iguales precio de adquisición de las primeras materias, nuestro mercado tiene que aventajar a todos los otros mercados en el buen gusto de los productos, porque el buen gusto nada nos cuesta y no depende de ninguna legislación de aduanas. Así se explica también cómo la Francia, nación medianamente industrial de suyo, y que no había figurado hasta ahora entre los grandes mercados de los demás pueblos, se encuentra hoy en disposición de derrotar con sus productos de mediana y superior calidad, gracias a sus encantadores modelos y a la elegancia que es su patrimonio, a la Inglaterra, a pesar de su inmenso arsenal de máquinas, sus capitales y sus vastos mercados; a Suiza, Bélgica y Alemania, a pesar del bajo precio a que pagan la mano de obra; y a la misma América, a pesar de las ventajas que le dan la baratura y la abundancia de las primeras materias”.

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