Las algas como abono

Esta aplicación viene haciéndose desde la más remota antigüedad.

Los labradores de las tierras costaneras las recogen, las dejan amontonadas para que fermenten y después las entierran en los campos obteniendo de esta suerte excelentes abonos. En algunos puntos no se contentan con utilizar las algas que la marea deposita, sino que arrancan otras, que mezcladas con las tierras van quedando semifósiles.

Nada tiene de extraño que las algas sean excelentes abonos, si se atiende a su composición química. Analizado por el químico Bobierre uno de los muchos depósitos de algas fósiles que se encuentran a lo largo de las costas del Mediterráneo, encontró la composición siguiente:

Materia orgánica. 83,3%
Sales solubles en el agua. 8,0%
Carbonatos de cal y de magnesia. 1,7%
Alúmina y óxido de hierro. 3,0%
Sílice. 4,0%
Nitrógeno, contenido. 18%

En España e Italia se emplean las algas como abono desde tiempo remotísimo, pero comúnmente van mezcladas con plantas de organización más complicada, como la costera marina, la mediterránea y la oceánica. Esta mezcla lleva consigo además una cantidad considerable de pólipos y animálculos marinos de toda clase, por lo cual es muy fertilizante, supliendo y aun superando en muchos puntos al estiércol.

Los cultivos en que surte mejor efecto esta clase de abono son de cereales, lino y patatas, y no tiene tanta eficacia en las vides, ni en los prados.

Los olivos reciben muy bien el abono de algas, cuando éstas ya han fermentado; en caso contrario no se advierte efecto alguno.

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