Las agujas en tiempos prehistóricos

El hombre comenzó en tiempos antiquísimos a fabricar y servirse de este utilísimo instrumento en el período magdalenense, también llamado del cuchillo, por ser este, entre los útiles de piedra, el más abundante y el que, en consecuencia, le imprime verdadero carácter.

Por regla general, las agujas están elaboradas de hueso o de asta de ciervo, a cuyo fin, en el primer caso se servían directamente de un hueso largo de ave, muy a menudo, o separaban una astilla del hueso o del asta elegida y luego la adelgazaban por uno de sus extremos, redondeándola por medio de instrumentos de pedernal imitando la sierra, por llevar en sus bordes dientes más o menos finos.

En el extremo opuesto se le dejaba más grueso y ancho para abrir luego el agujero, valiéndose para ello de otro instrumento de pedernal de punta muy aguda, operando alternativamente por ambas caras, de donde resulta, que el ojo, como se llama el agujero de la aguja, aparecía bicónico, con la base del cono en la superficie y el ápice truncado en el interior.

A veces suelen encontrarse muy largas cuando se presentan aisladas, siendo harto frecuente el aparecer más cortas, lo cual, con frecuencia hay que atribuirlo a que, siendo frágil la materia de que estaban labradas, se rompían con gran facilidad, en cuyo caso, para volver a sacarle punta, necesariamente había de acortarse con la nueva labra.

Entiéndase bien que el hombre primitivo para servirse de este utilísimo instrumento, en el cual, no obstante la natural rudeza de los tiempos, estaba ya en germen nada menos que la maravillosa máquina de coser que tal y tan profunda revolución ha causado en la vida de la humanidad, comenzaba auxiliándose con el estilete o el punzón, por medio de los cuales agujereaba o taladraba las pieles de que se servía para cubrir sus carnes, y hecho esto, a la manera de lo que hoy hace el zapatero con la lezna, introducía por el agujero la aguja enhebrada con alguna fibra vegetal resistente o con delicado, pero fuerte, tendón de toro o ciervo, y dando de este modo puntadas alternantes en ambas mitades del manto, quedaba éste cosido.

Imperfecta y tosca era, como se desprende de lo que acaba de decirse, la aguja primitiva, y, sin embargo, en la historia de tan necesario utensilio del hogar doméstico, es digno de consignarse el hecho por demás curioso de que hay que llegar a una época relativamente moderna para advertir en su labra y estructura algún progreso; opinando autoridades respetables que los romanos no las conocieron mejores.

En Francia son bastante frecuentes los hallazgos de agujas en hueso o asta de ciervo, debiendo citar entre otras las localidades siguientes: la gruta de las hadas en el Departamento de la Gironda, en las de Laugerie baja, los Eyzies, la Magdalena y la Balutie en el del Dordoña, en el abrigo de Bruniquel, en el de Tarn y Garona, etcétera. En Bélgica se encontraron en las cuevas de Goyet y Chaleux; en Inglaterra en las de Crenwelt y de Kent’s Hole, y en España en Seriná y Santillana.

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