La verdadera amistad

Aunque Aristóteles pretendía señalar tren clases de amistades, fundadas en el placer, en el interés y en la virtud, se ha reconocido después que las dos primeras únicamente son sombra y apariencia de amistad, y aun el mismo Aristóteles llega a declarar que “la verdadera amistad es la de los hombres virtuosos”.

“Soy de parecer, dice Cicerón, que no puede existir amistad sino entre los hombres de bien”.

Y en nuestros días ha dicho Voltaire: “la amistad es unión del alma entre dos hombres virtuosos; porque los malos sólo tienen cómplices, los voluptuosos, compañeros de vicios, los interesados, socios, los políticos, partidarios, los príncipes, cortesanos; únicamente los hombres honrados tienen amigos”.

Evidente es tal condición, cuando se observa que la amistad persiste merced al reconocimiento mutuo del mérito entre los amigos y a la recíproca estima. De ella procede la identificación de nuestra personalidad con la del amigo.

“Al verdadero amigo, dice Cicerón, le mira el otro como una imagen de sí mismo”.

Y Montaigne, pagando tributo al recuerdo de La Boetie, decía: “Si se me obligase a explicar porqué le amaba, sólo podría contestar: porque yo era él y porque él era yo mismo”.

Dice Cicerón que en la fábula de Pacuvio ignoraba el rey quien de los dos era Orestes, y Pilades decía que él era para morir en su lugar y Orestes aseguraba muy de veras que era él como así era cierto; aplaudían los espectadores, siendo fingido, y añade Cicerón, ¿qué harían si fuese cierto? A esta identificación se refiere después la intimidad del afecto, que no debe ser muy extenso en la amistad, pues se presiente que lo que gana en extensión, lo pierde en cualidad y que degenera entonces la amistad en el superficial trato social.

Así dice el sentido común: “conocidos muchos, amigos pocos”. Por tal razón las amistades que celebraban los antiguos griegos son entre dos solamente, como la de Tirteo y Piritoó, la de Aquiles y Patroclo, la de Orestes y Pilades, la de Damon y Phintias y la de Pelópidas y Epaminondas.

Ni vale en la amistad sólo el instintivo movimiento de la simpatía precipitadamente determinada. Tiempo y sazón requiere la amistad, pues para conocer al amigo, es indispensable tratarlo. “Las más antiguas amistades, dice Cicerón, son como los vinos añejos) las más agradables y es verdad el dicho común de que para ser perfectos amigos es menester haber comido juntos muchos celemines de sal”.

Volver a AMISTAD – Inicio