La representación de los autos sacramentales

Tan católico en la esencia permaneció nuestro teatro antes como después de esta transformación. Todos los autos sacramentales están animados por un enérgico espíritu de oposición a la Reforma, en el tema de la presencia sacramental, negada por Carlostadio y otros herejes del Norte.

Pero también es cierto que la verdadera reforma de las costumbres y de la disciplina, iniciada muy pronto en España, y extendida a toda la cristiandad por el concilio de Trento y por varios pontífices, desterró del templo ciertas expansiones de la devoción, antes lícitas, y ya ocasionadas y peligrosas, y fue causa de que las representaciones sagradas, que ya no se veían con los ojos de otras edades, saliesen del recinto del templo en el que hasta entonces la habían albergado.

Los autos sacramentales fueron ejecutados ante muy heterogéneo auditorio, desde aquellos vislumbres o gérmenes de compañías llamados bululú y ñaque (como las describe Agustín de Rojas en su Viaje entretenido) que por lugarejos oscurísimos representaban La oveja perdida y otros autos de Juan de Timoneda, de tan sencilla estructura que no requerían más que tres cuatro personajes, hasta la ostentosa mise en scene de los autos de Calderón, ejecutados en el siglo xvii en la plaza Mayor, ante los consejos, ante el rey y ante todo el pueblo de Madrid congregado.

Parece que los autos sacramentales nunca fueron representados sino a la luz del día. Es más: no se los concibe aprisionados en las condiciones materiales de un teatro moderno. Requieren la luz y el aire libre, y una escena tan ideal y fantástica, como fantástico e ideal es el drama místico. Es el auto representación de lo sobrenatural y de lo intangible, de la alegoría y del misterio, y vano empeño sería encerrar las abstracciones bajo techo, encadenarlas entre bastidores y cortinas, o alumbrarlas con la tibia luz de las candilejas.

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