La labor de los arqueólogos

Es frecuente entre los cultivadores de las ciencias naturales la afición a la Arqueología; y es que, acostumbrados a la observación directa de lo real y tangible, con poco sentido estético que les preste la cultura general, contemplan los monumentos con más detención perspicaz que pudiera hacerlo un hombre dedicado al cultivo de las ciencias sintéticas.

El arqueólogo distingue en los monumentos la huella especial y característica que en ellos dejaron el arte, las creencias, las costumbres, el medio social de una cultura. Y así como el naturalista, para encontrar la explicación y la ley invariable del fenómeno que le ofrece la naturaleza, pide auxilio a la Física o a la Química, el arqueólogo, para explicarse la ley de los caracteres que distinguen a los monumentos, se vale del caudal de datos que le suministra de continuo la erudición, a no ser que los hechos mismos lleven en sí la comprobación de sus caracteres. Porque es indudable que, para un buen observador, el monumento solo, no ilustrado aún por la erudición, suele tener harta mayor elocuencia que las doctrinas crítico- históricas, las cuales vienen no pocas veces a desvirtuar o torcer su conocimiento exacto.

Quede sentado, pues, que el trabajo del arqueólogo es la observación fiel y desapasionada, y el análisis detenido de los hechos aislados, cuyo conjunto ha de servirle más tarde para apreciar ion certidumbre el verdadero valor de los monumentos y de la cultura que los produjo.

A los dos principios fundamentales antes enunciados debe, pues, añadirse que la Arqueología, como dijo muy bien Champollión, se propone trazar el cuadro del estado social antiguo por los monumentos.

Tal es la síntesis que de las experiencias del arqueólogo puede deducirse. El investigador camina, como se ha indicado, de la Arqueología a la Historia: observa, analiza, recopila, dieta principios y fórmulas científicas, y en las fronteras de la Historia propiamente dicha, retrocede para volver a observar, analizar, recopilar y deducir.

El arqueólogo es el obrero infatigable que construye los cimientos del hermoso palacio de la historia: es el minero que busca en las entrañas de lo pasado la preciosa materia que luego, depurada en el crisol de la sana crítica, adorna a la gran maestra y madre de la humanidad: la Historia.

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