La contienda entre realismo e idealismo en el arte

Hemos entrado de lleno en el férvido campo donde desde que hay arte en el mundo viénese agitando la interminable contienda promovida por las dos escuelas rivales: no porque abriguemos la presunción ridícula de acelerar un solo día con nuestro pobre esfuerzo el apetecido desenlace, cuando ni Pitágoras, ni Sócrates, ni la escuela de Alejandría, en los tiempos antiguos, ni Descartes, ni Malebranche, ni Kant, ni Scheelling, ni Hegel, en los modernos, han logrado que se den por vencidos en sus aportilladas trincheras los Leucipos, Demócritos y Diágoras, renacidos en los Hobhes, Helvecios, Condillac y Cabanis; sino porque a fuer de imparciales expositores de las diferentes fases que ha recorrido la tan debatida cuestión, hemos de hacernos cargo de un argumento, de mucha fuerza a nuestro juicio, que apuntado por Toppfer y desarrollado por nosotros en la solemnidad académica antes recordada, demuestra hasta la evidencia que el llamado realismo en las artes es una verdadera quimera.

“Una briosa falange dotada de temerario ardimiento, decíamos en aquella ocasión, la cual vuelve a enarbolar la antigua bandera del naturalismo denominándose realista, sin ambajes ni veladuras, abiertamente proclama que sólo la realidad desnuda, sea como fuere, es digna de imitación; que el ideal es una mentira, y que toda poesía en el arte debe ser proscrita como vana puerilidad que ha pasado de moda. Procuraremos poner en evidencia la futilidad y vacuidad de semejante doctrina, Veamos si el realismo es posible.

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