La atracción universal, el peso y la forma de la Tierra

No solamente nos da la teoría de la atracción el medio de evaluar las masas relativas de los astros, sino también el de relacionar todas esas masas con nuestras unidades de peso habituales, por la determinación directa del verdadero peso total de la Tierra.

Se concibe, en efecto, según la ley fundamental de la gravitación, que una masa considerable, v. gr., una montaña, considerada como condensada en su centro de gravedad, puede, si la plomada está muy próxima, atraerla una cantidad casi insensible, sin duda, pero perfectamente mensurable.

Esta desviación, exactamente apreciada, da la relación de la pequeña atracción de la montaña con la atracción terrestre, relación de la que es fácil deducir la masa de nuestro globo, cuando se conoce la masa de la montaña; y como este último elemento puede conocerse midiendo las dimensiones del monte, es posible evaluar de un modo bastante exacto la densidad de las sustancias que entran en su composición.

La atracción universal explica a un tiempo mismo los movimientos celestes y la forma redondeada de los planetas; combinándose con la fuerza centrífuga del movimiento de rotación, ensanchó el ecuador y aplastó los polos de estos cuerpos; a consecuencia de este achatamiento y obrando siempre la atracción, se produjo el balanceo de los planetas alrededor del centro de gravedad.

Tomemos la Tierra como ejemplo: si fuera exactamente esférica, las partículas de materia situadas a uno y otro lado del centro estarían atraídas con fuerza igual por el Sol sin que pudiera resultar alrededor de su centro ningún movimiento, igualdad que perturba el ensanchamiento ecuatorial. Pueden considerarse las partículas que lo componen como otras tantas lunas diminutas unidas entre sí y al globo terrestre: cada una de ellas debe experimentar desigualdades análogas a las de la verdadera Luna, es decir, que sus nodos deben retrogradar en la eclíptica por la acción del Sol.

Ahora bien, a consecuencia del estado sólido en que se encuentran estas partículas, que las encadena al globo terrestre, no pueden tener movimiento sin que el globo entero participe de él, de suerte que tienden a arrastrarlo con ellas en sentido retrógrado; y aunque su movimiento transmitido a una masa tan grande, se debilita de un modo considerable, no es, sin embargo, por completo insensible; de modo que la masa cede poco a poco, determinando así la acción del Sol un movimiento retrógrado de la intersección del ecuador con la eclíptica, esto es, de los equinoccios.

Obra la Luna sobre la Tierra de modo análogo al Sol y ocasiona movimientos semejantes, pero como su posición alrededor de la tierra cambia sin cesar, los efectos resultantes son asimismo variables. No se limita la acción de la Luna, como la del Sol, a producir un movimiento en los equinoccios, sino que hace variar la oblicuidad de la eclíptica y produce la nutación del eje terrestre. Tienen estas desigualdades, cuya causa primera es nuestro satélite, períodos que dependen de sus movimientos: siendo el valor medio de la precesión resultado de las acciones reunías del Sol y la Luna, mientras que la nutación causa la Luna sola, son muy propios estos fenómenos para darnos a conocer la relación de las masas de los astros, por lo cual se ha intentado con empeño y esfuerzos perseverantes, si no descubrir esta relación, por lo menos comprobar el valor que le asignan otros fenómenos.

También se ha podido determinar el achatamiento polar de la Tierra por la precesión y nutación del eje terrestre, de la que es condición. De todos los efectos de la atracción de los cuerpos celestes, el más inmediato a nosotros y el más sensible es el del flujo y reflujo del mar: presenta aquí la teoría de Newton un interés particular, por establecer una transición natural y evidente de la Física del cielo a la de la Tierra, explicando astronómicamente un gran fenómeno terrestre.

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