La atención y el talento

La mayor o menor gradación de esfuerzos de atención de que es susceptible cualquier hombre, representa después la diversidad de matices del talento. Ya decía Buffón que “el genio es ante todo una gran paciencia”, no la paciencia estéril y pasiva que consiste en esperar, sin hacer esfuerzos, sino el poder de atención persistente que vence todo obstáculo. Cuando a Newton se le preguntaba cómo había hallado la ley de la gravitación, contestaba “pensando siempre en ella”.

No quiere decir esto que baste la atención para hallar la verdad; pero sí se puede afirmar que es una condición indispensable (la primera) aun en los espíritus mejor provistos de dones naturales privilegiados. Hasta el genio puede malograrse si no se halla eficazmente auxiliado por la atención.

Todas las facultades intelectuales sufren la benéfica influencia de la atención, y entre todas muy principalmente la memoria, que, ayudada por la atención, percibe y enlaza los conocimientos, por numerosos que sean, con discreción y exactitud completas. Por tal razón, ha sida estimado nuestro poder de atención como el buril de la memoria.

Efecto del sentido estrecho que a la atención han atribuido algunos (E. Cherles, Janet y otros), se han confundido con la sensación, llegando a afirmar que “la atención es el primer grado de la sensación transformada” (Condillac), opinión de que participa modernamente Taine, olvidando la distinción establecida por Laromiguiére y otros muchos entre la receptibilidad de la sensación y la actividad de la atención, y sobre todo prescindiendo de que la atención no se aplica sólo a las sensaciones; sino a todo lo cognoscible (incluso la atención misma).

Verdad es, como ya hemos dicho que “cada sentido es un instrumento natural de abstracción”, en cuanto la sensación específica que ofrece viene acompañada de la abstracción de todas las demás, revelando después la parte que en cada una de estas sensaciones específicas toma la atención como elemento activo, en el palpar para el tacto, en el saborear para el gusto, en el mirar para la vista, en el escuchar para el oído, etcétera; pero este mismo elemento activo surge en las representaciones de sensación ya efectuada, en el recuerdo de conocimientos ya adquiridos, y en la contemplación de ideas que nos proponemos percibir.

Es, por tanto, la atención la fase activa o el comienzo inicial de la fase activa de nuestra inteligencia, sin que sea lícito circunscribir su uso a los sentidos.

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