La astrología en Roma

De Grecia pasó la Astrología a Roma, que habiendo conquistado al mundo, se hizo también centro de todas las supersticiones: las familias de los patricios con medios para pagar un astrólogo, se apresuraron a tener su profeta asalariado. Si se trataba de casar una hija o había nacido un niño, se mandaba por el matemático (este era el nombre que se daba en Roma a los astrólogos) para que tirase el horóscopo.

Cuando vino Octavio al mundo, un senador versado en la Astrología, Nigidius Figulus, predijo el glorioso destino del futuro emperador. Encinta Livia de Tiberio, interrogó al astrólogo Scribonius sobre la suerte reservada a su hijo, y la respuesta fue, según cuenta, tan perspicaz como la anterior.

Su mayor crédito lo tenían los caldeos con las mujeres. “Todo cuanto les anuncia el astrólogo, dice Juvenal hablando de las romanas, les parece que viene del templo de Júpiter Amón, pues en Delfos acabaron los oráculos”. Más adelante, en la misma sátira, advierte el poeta al lector que evite hasta el encuentro de las mujeres que tengan siempre en sus manos efemérides más lustrosas que el ámbar; de la que sabe ya tanta astrología, que no consulta, sino que es consultada; de la que rehúsa acompañar a su esposo a la ciudad o al campo, en cuanto a ello se oponen los números de Trasyla. ¿Siente en el ojo alguna molestia por habérselo restregado? pues antes de aplicar ningún remedio ha de consultar su libro; si está enferma en la cama, no tomará alimento sino a las horas marcadas en su Peterosis (astrólogo egipcio autor de un tratado de Astrología, al que dio su nombre).

Acogían los príncipes a los astrólogos con la mayor deferencia, siempre que las predicciones no eran contrarias a los propósitos que abrigaban; ¡pero desgraciado del profeta cuando el emperador y los astros no estaban de acuerdo! Los astrólogos respondían de sus predicciones, y se les encarcelaba o desterraba, y aun a veces se les castigaba con la muerte, sucediendo que este martirio, como ocurre siempre, aumentaba su nombradía inspirando sus palabras mayor confianza.

Dice Juvenal que un astrólogo sólo tiene crédito cuando lo han cargado de hierro y lo han tenido mucho tiempo encerrado: si no lo han condenado nunca, es un hombre ordinario; pero si ha visto la muerte de cerca, si como favor ha obtenido que lo releguen a las Cíclades, si ha podido escaparse de las rocas del estrecho Serifeo, se lo disputarán las gentes.

En vista de la fe que se tenía en los astrólogos en la corte de los emperadores, no deja de llamar la atención que en ciertos casos se les prohibiese severamente el ejercicio de su arte, amenazándolos con penas terribles. Pero esto se debió, según la interpretación de M. Arnault, a que si bien los Cesares jamás dudaron de la ciencia astrológica, dudaban a veces de la ciencia de los astrólogos, o también pudo ocurrir que viesen en la adivinación astrológica un poder cuyas ventajas tratasen de reservarse para ellos solos; deseaban conocer el porvenir, pero querían al propio tiempo que lo desconociesen sus vasallos, y hubiera sido peligroso, en efecto, que los ciudadanos hubiesen podido leer en los astros la suerte reservada al príncipe, pues muchos de los que doblaban la cabeza en la creencia de que la época de la libertad estaba lejos, de creerla próxima so hubieran mostrado más rebeldes, con la esperanza de tiempos mejores; además, predecir el porvenir puede contribuir a prepararlo, puesto que al fin la profecía es un medio de acción.

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