La asociación de ideas y la imaginación

Prueba la universal aplicación de la ley del contraste la existencia de analógica inmanente en la realidad de las cosas que se impone a veces con fuerza incontrastable a la inconsecuencia de los hombres.

Innumerables ejemplos ofrecen el pensamiento de los sabios y la febril inspiración de los artistas de estos contrastes, que enriquecen la sustancia de la vida y prestan encanto perdurable a todas aquellas complejísimas situaciones de la existencia, en la cual se debaten, con intereses encontrados, tendencias opuestas, aspiraciones diferentes y doctrinas distintas.

¿Quién será tan miope que no descubra en la protesta del naturalismo artístico con todos sus aparatosos anhelos revolucionarios un cierto germen idealista, que es el sedimento de las escuelas que combate? ¿quién no halla, a poco que observe el desarrollo del procedimiento naturalista, que el género artístico que más cultiva, lo que ha dado en denominarse epopeya moderna conserva, por ejemplo, en Daudet, en los Goncourt, aun en Zola, más en Flaubert, cierto dejo y resabio de la novela psicológica?

Sí; tal es el contraste, sin que exista diferencia notable entre el romanticismo de J. Sand y la crudeza realista de Flaubert más que en la perspectiva que elige el artista como lente, a través del cual observa un alma exaltada por la idealidad o un temperamento dominado por su constitución orgánica.

Al ocurrir así en el orden ideal o lógico, aunque traduciéndose en la práctica, ¿qué no acontecerá en el orden real, menos uniforme y homogéneo de lo que a primera vista aparece?

Cuando la vista genial de V. Hugo, descubre en el Ananké escrito en las torres de Nuestra Señora de París la causa ocasional para reconstruir un hervidero de pasiones semidivinas y casi salvajes en el seno de aquella poética y hermosa Edad Media; cuando el gran poeta da vida en su imaginación a aquel enjambre de apetitos que rugen en el silencioso fondo de la catedral, personificando en el arcediano C. Frollo el realismo más natural que se puede concebir, en el campanero Quasimodo la hermosura ideal del alma y en el ciego amor de la Gitanilla a Febo el idealismo mas exagerado que cabe en imaginación calenturienta ¿porqué decimos que allí se encierra el drama eterno de la belleza y de la vida, sino porque el contraste escultural entre todos sus elementos antitéticos ha llegado a una virtualidad excesiva?

Para el genio, consagrado, ante la contemplación de este prisma de infinitas caras que se llama la realidad, al trabajo interno de reconstrucción paleontológica mental, dando vida y existencia a la unión de lo que fue con lo que será, el contraste representa el choque del pedernal con el acero, que produce la chispa y enciende la inspiración.

En la mente que concibe y en la realidad concebida, en cosas, personas, monumentos, creencias, prestigios, en todo existen (la ley del contraste los pone de manifiesto) sencillas dispersas que, al fructificar, determinan estas hermosas síntesis de lo pasado con lo venidero: ¡quién será el afortunado que señale taxativamente las leyes de esta dialéctica real que la historia y la vida ofrecen en vestigios dispersos? Aquel que rige semejante dialéctica es quien lo sabe.

En el ínterin, agitemos y movamos todas nuestras energías ante el grandioso espectáculo de la realidad y de la historia; que si de esta palpitación continua, de este hervor de nuestro interior no surgen las ansiadas leyes de lo dialéctica real, habrá de brotar por lo menos mi sentimiento, una idea que nos capacite para orientarnos en este inmenso espacio de la cultura, oxigenando nuestra alma con el sano viento de la intemperie y labrando en nuestro ánimo la firme convicción de que, efecto de la ley del contraste, la memoria es la historia formal y a su vez la historia es la memoria real.

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