La armonía imitativa de objetos y sonidos

La armonía que aquí consideramos consiste también en imitar los objetos por medio de los sonidos, lo cual podemos hacer de tres maneras: imitando sonidos por sonidos; imitando por éstos el movimiento físico y sensible, e imitando con ellos las agitaciones del ánimo.

Se consigue lo primero usando ciertas palabras que existen en todos los idiomas y que ofrecen en su sonido alguna analogía con el objeto o idea que representan. Estas palabras se llaman onomatopéyicas, como son silbido, susurro, chirrido, roncar, rugir, murmullo, estampido, etc., y el uso de las mismas recibe el nombre de onomatepeya.

El movimiento físico de los cuerpos, si es lento, se expresa con sílabas compuestas de muchas consonantes, con palabras e incisos largos; y si es rápido, con talabas breves, compuestas de vocales sencillas y consonantes líquidas, con esdrújulos y con incisos de fácil pronunciación.

Las conmociones del alma prefieren, si son agradables, sonidos blandos, claros y suaves; sonidos oscuros y palabras largas si nos domina la tristeza, y voces breves, sonidos rápidos, si nos agita una pasión fogosa.

No sería aventurado el afirmar que hay otras palabras que también podríamos llamar onomatopéyicas, porque imitan ciertas formas y propiedades de los cuerpos. Así decimos: enriscada sierra, espinoso matorral, escuálido rostro, etc.

La armonía debe ser hija del sentimiento y de la inspiración, no del estudio ni de la reflexión serena. La imitación en este punto es casi siempre un defecto. El uso poco acertado de la onomatopeya fácilmente degenera en trivialidad indisculpable.

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