La aristocracia en Castilla y Aragón

En Castilla y León, la nobleza se componía de los ricos-homes sucesores en dignidad de los optimates godos; de los duques, condes y marqueses, que en un principio significaron oficios con autoridad y luego títulos honoríficos; y de los hidalgos, o sean personas ennoblecidas por el monarca: el número de estos últimos, que ocupaban un grado intermedio entre el pueblo y la aristocracia, aumentó considerablemente.

No supo la nobleza en estos reinos constituirse en poder social, ni menos aún servir de tutora a los pueblos, de garantía a las leyes y de limitación a la autoridad monárquica. Gastó su actividad en luchas intestinas, inspiradas en motivos personales, en disputas privadas o en diferencias sobre la gobernación del reino.

Batalladora, inquieta y ambiciosa, su influencia aumentaba o disminuía en sentido inverso a la de los reyes o de los concejos.

Los monarcas reprimieron sus abusos, ya ampliando la jurisdicción real en la administración de justicia, reforma debida a Alfonso V; ya poniendo límites a las guerras privadas, como lo hizo Alfonso VII en el Ordenamiento de Nájera; ya ennobleciendo a los vecinos de las ciudades, de lo que dieron ejemplo Alfonso VI y Alfonso VIII; ya convirtiendo a los nobles en servidores del trono, sistema que inició Fernando III con la institución de los adelantados.

Mas la aristocracia, que cedía ante los monarcas enérgicos, perturbaba al Estado cuando los reyes eran menores o débiles. Tal sucedió en los reinados de Alfonso X, Juan II y Enrique IV, y en las minorías de Fernando IV y Alfonso XI.

Con todo, la nobleza, que como es sabido, también asistía a las Cortes, entró en decadencia desde que el estado llano adquirió verdadera importancia.

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