La alquimia y la transmutación de los metales

Durante los siglos xvii y xviii viéronse aún algunos exaltados que proseguían con el mismo ardor y la misma ignorancia de las leyes de la naturaleza, la solución del gran problema de la transmutación de los metales.

Para efectuar la anhelada transformación se necesitaba una sustancia capaz de producir un cambio molecular en los metales, tal que a su contacto, los metales pobres se cambiasen inmediatamente en oro.

Encontrar o preparar esta sustancia era el gran secreto; esta sustancia era la piedra filosofal, llamada también polvo filosófico, gran elixir, gran magisterio, quinta esencia, etcétera.

Paracelso asegura haberla visto, de color rojo, transparente, flexible y, sin embargo, más frágil que el vidrio; Van Helmont la conoció, pero en polvo y de color del zafiro; Berigardo de Pisa la encontró roja como las amapolas; Raimundo Lulio con el esplendor del carbunclo, y probablemente habrá sido descrita con todos los colores. El parecer del árahe Kalib conciliaba todos los pareceres.

Las virtudes de tan extraordinaria sustancia eran verdaderamente maravillosas, y pueden reducirse a tres: transmutación de los metales pobres en oro, curación de toda clase de enfermedades y prolongación de la vida mucho más allá de los límites ordinarios.

Un átomo de la piedra filosofal, al decir de Raimundo Lulio, era suficiente para transformar masas enormes de metales viles en oro finísimo; un grano para colorar y abrillantar cantidades indefinidas por lo grande de otras materias; “Mare tingerem si mercurios esset”.

Respecto a la curación de enfermedades, basta decir que disuelta una pequeña cantidad de la piedra en vino blanco en una copa de plata, tenía suficiente eficacia, según Daniel Zacarías, para vencer las más pertinaces alteraciones del organismo. Basilio Valentino e Isaac de Holanda se contentaban con afirmar que el uso de la piedra de los sabios preservaba al hombre de las enfermedades, manteniéndolo sano hasta el término dispuesto por Dios, con lo cual no arriesgaban mucho en la promesa; pero otros no se paraban en tan poco.

El alquimista Artephius escribe en una de sus obras: “Yo mismo, Artephius, que esto escribo, hace dos mil años que estoy en este mundo, por la gracia de Dios Omnipotente y por el uso de esta admirable quinta esencia”. Del mismo modo el alquimista veneciano Francisco Gualdo se atribuía la edad de 400 años; Raimundo Lulio, ya viejo, encontró el modo de rejuvenecerse.

Pero ¿cuáles eran los medios de fabricar tan preciosa sustancial La oscuridad con que acostumbraban a velar los alquimistas sus procedimientos, el estilo figurado y enigmático de sus descripciones y el propósito de no ser comprendidos por los profanos, producen la mayor confusión sobre este punto y hacen dificilísima una relación clara y concreta de los medios que loa alquimistas ponían en práctica para obtener su famosa piedra filosofal.

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