La alquimia en la historia

La alquimia fue mitológica y sacerdotal en Egipto y en Asiria; filosófica en Grecia y en las escuelas de Alejandría; perseguida y envuelta entre mil errores y extravagancias entre los romanos; libre, protegida y con un mareadísimo carácter científico y a la par práctico y de aplicación entre los árabes; ecléctica, variadísima en sus aspectos durante la Edad Media y principios de la Moderna.

Entre sus adeptos se han contado sabios eminentísimos, observadores profundos, espíritus entusiastas, y alucinados, embaucadores y charlatanes.

Los trabajos de los alquimistas no han sido actividad inútil gastada locamente tras las quimeras del arte de hacer oro, de buscar elíxires para alargar la vida indefinidamente, o de encontrar la piedra filosofal; sino que constantemente han ido dando productos que ellos, los alquimistas, calificaban de secundarios, eso sí, pero que la humanidad ha recibido como de grande utilidad; tales han sido la fabricación del jabón, del vidrio, de las pastas cerámicas, del arte de la tintorería, de muchas aleaciones metálicas, de importantes medicamentos, del vinagre, del alcohol, e infinidad de cuerpos, de los cuales fue sacando la sociedad mucho provecho.

En fin, los alquimistas con todos sus trabajos, por desconcertados y desacertados que parezcan, son los que, acumulando hechos y hechos, prepararon los materiales para la constitución de la ciencia química moderna, pues bastaron dos o tres descubrimientos de fines del siglo xviii, para que todos los hechos quedaran ordenados, racionalmente aplicados y constituida la química moderna.

Las Sagradas Escrituras, los libros de Hermes sobre la Naturaleza, dicen que algunos ángeles atraídos y subyugados por el amor hacia las mujeres de la tierra, descendieron a ésta y les enseñaron las obras de la naturaleza; los ángeles fueron expulsados del cielo y quedaron en la tierra, como señales de su paso, la raza de los gigantes que nacieron de su comercio con las mujeres terrestres y un libro en que se contenía sus enseñanzas. Este libro se llamó Kenia, o sea la ciencia y el arte por excelencia. Así al menos lo dice Zósimo el Panopolitano en su libro Imuth, tratando de los orígenes de la alquimia.

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