Los árabes se distinguieron en los primitivos tiempos de su historia por una vida nómada y aventurera poco en armonía con la aplicación al cultivo de los campos. No empezaron a dar pruebas de su inteligencia y excelentes condiciones de capacidad hasta que al extender su dominación, después de las predicaciones de Mahoma, se hicieron poseedores de algunas comarcas productoras, como sucedió en la costa de África y sobre todo en España.
Aparte de muchos escritos sueltos, de numerosas relaciones y tradiciones acerca del estado de la agricultura entre los árabes españoles, existe un notabilísimo tratado de agricultura, compuesto por Ibn-el-Awam, llamado también Abu-Zacaria, hacia el siglo sexto de la hégira o sea por el xii de la era cristiana.
Ibn-el-Awam residía en Sevilla, y además de ser un hombre muy conocedor de las obras antiguas, se dedicó por sí mismo a los trabajos agrícolas, haciendo notables experimentos. Su obra no es precisamente un libro didáctico, pero constituye un conjunto de los preceptos de agronomía extraídos de los autores caldeos, griegos, latinos y árabes que le habían precedido. La obra de Ibn-el-Awam tiene además hoy día un gran valor científico bajo el punto de vista histórico, porque contiene el resumen de todos los conocimientos geopónicos y de los procedimientos agrícolas de la época y revela que los árabes tenían conocimientos de física y de química que ni siquiera podrían sospecharse; resume además las nociones preexistentes sobre toda la economía rural antigua y describe y enseña cómo se cultivaba la tierra en el siglo xii en España y en los demás países ocupados por los árabes en la época más floreciente de sus conquistas. De esta obra se ha hecho una traducción en castellano por Banquerí en 1804, y otra en francés, en 1864, por Clement Mullet.
Además de la relación de este autor quedan aún en España pruebas materiales de la gran atención que los árabes dedicaron a la agricultura, llevando a un alto grado de prosperidad a algunas comarcas de la península, merced a obras en las que se hallaban unidas, las más de las veces, a las más grandes inspiraciones del arte, las más prácticas e ingeniosas concepciones.
Sus trabajos de canalización superficial y subterránea, son clásicos y al parecer eternos. Formando unas veces pendientes artificiales, abriendo zanjas, levantando diques, construyendo canales de todas clases, no sólo libraban sus campiñas de los estragos de la inundación, sino que saneaban al par el suelo y la atmósfera, haciendo, por medio de especiales trabajos de drenaje que el terreno y elementos perjudiciales para la vegetación llegaran a ser provechosos y aprovechables.
Preciso es admirarse ante los mil canales de Valencia, Murcia y de algunas vegas andaluzas, vestigios de aquella civilización que aun se conservan; aun puede verse y sorprender el ánima la maravillosa red de canalillos, tubería, estanques y atarjeas que por el Generalife se extienden y por donde puras y cristalinas aguas corren pos ramificaciones mil en medio de mirtos y laureles. Del tiempo de los árabes son, y producto de su laboriosidad y su constancia, los trabajos más notables ejecutados para el riego en las provincias del Mediodía y de Levante, adoptando después los conquistadores cristianos hasta las leyes que los mismos árabes instituyeran para el régimen y distribución de las aguas.
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