La fundación de Roma fue efectivamente la época desde la cual se marca una gran decadencia en la agricultura italiana. La vida se concentró en la gran ciudad; poderosísimas familias abandonaban sus tierras y faenas agrícolas por acudir a las intrigas de Roma; los campesinos dejaron de grado o por fuerza los trabajos del campo para acudir a las armas, los colonos se vieron agobiados por los patricios que querían sostener a todo trance un lujo inmoderado, y con esto vino el descenso de la producción agrícola y con ella la pobreza y el Malestar general; después las grandes crisis y los movimientos que, absorbiendo la actividad y los medios de producción hacia las ciudades, dejaron incultos los campos y fueron causa de la desolación general.
Los males se agravaron aun más con el Imperio. Virgilio lo canta en sus magníficas églogas, y la vida del campo era cada vez más odiada por los grandes propietarios que anhelaban tan solo bullir y brillar en el séquito del emperador. Los municipios rurales fueron despreciados y esquilmados; el gobierno imperial trató al cultivador como bestia de carga, y a la vez que dificultaba el cultivo privándole de capital y de brazos, le exigía más de lo que podía dar la tierra.
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