La aclamación en la historia

En el lenguaje político se dice que se tomó un acuerdo o se hizo un nombramiento por aclamación, cuando todos los concurrentes o la inmensa mayoría prestan su asentimiento de una manera entusiasta y ruidosa. Hoy no tiene valor esta palabra en nuestro derecho.

Daremos en breves palabras una idea de lo que fue la aclamación en otros tiempos.

Los pueblos manifestaron siempre su entusiasmo a los grandes caudillos por medio de frases cortas, verdaderas exclamaciones de júbilo. Los hebreos usaban la voz Hosanna, que vale tanto como salvum fac jam. Los griegos exclamaban buena fortuna. Se recibía en Roma a los generales victoriosos y a los emperadores con formulas aclamatorias, como esta: Dii te nobis servent; vestra salus nostra salus: los dioses te conserven para nosotros; vuestra salud es nuestra salud. En el código Teodosiano, lib. 7, se mencionan las aclamaciones que hizo el pueblo romano en las entradas de Augusto y Constantino. In te omnia, per te omnia habentur, Antonine, decían al emperador Antonino.

Cuando los negocios públicos se trataban y resolvían en la plaza pública por el pueblo reunido, se tomaban los acuerdos frecuentemente y hasta se hacían los nombramientos de los magistrados por aclamación.

En Portugal tiene un valor histórico importa lite la palabra aclamación. El año de 1640 hizo la revolución que le devolvió su independencia y elevó la dinastía de Braganza al trono: a este hecho se da en la vecina nación el nombre de aclamación, y la fecha en que consiguieron separarse de España es para los escritores portugueses como una época a la que refieren con frecuencia los acontecimientos de su historia moderna. La palabra aclamación recuerda a todo portugués una de las fechas más gloriosas de su patria.

Tácito refiere que los germanos reunidos en asamblea manifestaban su aprobación a lo que se les proponía percutiendo los escudos con las espadas. Los primeros emperadores de la Germania fueron elegidos por aclamación.

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