La ablución en la liturgia cristiana

En el Catolicismo las aspersiones del agua bendita, el lavatorio de pies, el de los altares durante la semana santa, el bautismo…. constituyen otras tantas abluciones de carácter eminentemente religioso. En la ceremonia de la misa se llama ablución al agua y al vino con que el celebrante purifica, así el cáliz como los dedos, después de la comunión. Cuando ha consumido la preciosa sangre, purifica el cáliz; y, en seguida, mientras el cine ayuda la misa derrama, de modo que caigan en el cáliz, agua y vino sobre los dedos grueso e índice que han tocado la sagrada forma, recita el sacerdote en voz baja una oración de ritual. Acto continuo, el sacerdote bebe la ablución, y limpia los labios y el cáliz.

Esta ceremonia atestigua la reverenda con que la Iglesia mira el cuerpo y la sangre de Cristo y su ansiedad por que no se profane la parte más exigua del alimento celestial. Imposible es determinar cuándo se introdujo este rito; pero se dice que el emperador Enrique II, que vivía al principio del siglo xi, acostumbraba cuando oía misa pedir la ablución y tomarla muy devotamente. Esta ablución está citada por Santo Tomás y por Durand. El primero, sin embargo, no da razón para suponer que se consumía por el sacerdote, y el último dice expresamente que la ablución se echaba en un sitio limpio. En las ceremonias de la misa, hay una ablución de las manos después del ofertorio, y dos abluciones después de la comunión; la una con vino, que se pone en el cáliz, y la otra con agua y vino que, derramado sobre los dedos del sacerdote, cae en el cáliz y tiene por objeto arrastrar las partículas consagradas que hubieran podido quedar adheridas a los dedos del celebrante o a las paredes del cáliz. Desde el siglo xii toma el celebrante el agua y el vino de las abluciones; antiguamente eran arrojados a la piscina.

En la liturgia antigua conocíanse tres clases de abluciones. La de la cabeza, capitiluvim, tuvo su origen en España y se practicaba el domingo de Ramos: de España pasó a las Galias. La de los pies, o pediluvium, es mucho más antigua y estuvo más generalizada, practicándose, bien en la forma de pedonipsia, con los viajeros y los huéspedes, bien en la forma de bautismo, con los catecúmenos, bien en la de lavatorio, en conmemoración del que hizo Jesucristo con sus discípulos la noche de la cena. La de las manos, o maniluvium, precedía siempre al sacrificio y data del origen de la Iglesia, siendo común a los griegos, latinos, armenios, maronitas, y en general a todos los pueblos orientales.

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