Imposibilidad del uso de velas en los aeróstatos

Cuando un aeróstato, desprovisto de todo propulsor, está en equilibrio en medio de los aires, y se mueve horizontalmente con relación a la tierra, se encuentra respecto al aire en cuyo seno se mueve en la más completa inmovilidad. No hay movimiento relativo del uno con relación al otro; sólo participa el globo del movimiento de arrastre que tiene el aire en aquel instante, permaneciendo todo quieto y tranquilo al rededor del aeronauta, cuando éste permanece a la misma altura sobre la tierra.

La tela de la bandera no se agita, las llamas de las luces quedan quietas y las burbujas de jabón que algunos aeronautas han arrojado desde la barquilla, permanecen inmóviles con respecto al globo y siguiendo el movimiento de este aparato. Todo esto demuestra claramente la imposibilidad de emplear las velas como propulsor en los aeróstatos; sin embargo, ha habido multitud de ilusos que han querido emplear este medio para dirigir los globos.

Llenos están los archivos de proyectos de este género; nosotros nos limitaremos a citar los más principales.

En 1784 Tissandier de la Mothe propuso a la Academia de ciencias de París un proyecto de aeróstato movido por medio de seis velas dispuestas de una manera particular, y maniobradas desde la barquilla por un procedimiento difícil y complicado. En la misma época, un inglés llamado Martyn ideó un aeróstato impulsado por una gran vela y otra más pequeña puesta delante del aparato. Poco después Guyot inventó otro que sólo llevaba una vela, y un autor anónimo propuso un aeróstato compuesto de cinco globos y dos grandes velas de sesenta pies de altura.

Pero de todos estos proyectos el más curioso y digno de citarse es el de Terzuolo. Este inventor convencido de que el aire de la atmósfera no podía hinchar las velas de los globos, ideó llevar un ventilador en la barquilla y lanzar por medio de este aparato una corriente de aire sobre las velas, la cual, aseguraba este autor, hincharía las velas y arrastrarla al globo. Terzuolo quería hacer como el célebre baron de Crac, que a punto le ahogarse en un río se cogió por los cabellos y se sacó sano y salvo a la superficie de las aguas.

Volver a AERÓSTATO – Inicio