El estudio de las armas ofensivas prueba que el modo de pelear no tuvo en la historia de la humanidad variación sensible hasta que se inventaron las armas de fuego, pues si bien en todos los tiempos el combate comenzaba estando los contendientes a distancia y valiéndose de armas arrojadizas o de tiro para concluir contendiendo cuerpo a cuerpo, que seguramente era el modo que se consideraba como más noble y era el más frecuente antes de la aparición de las armas de fuego, desde este hecho la guerra ha adquirido un carácter más mecánico, que obedece a los principios del arte de la guerra y de la ciencia militar.

Las armas de fuego trajeron consigo el predominio de las de tiro sobre las de mano. Las primeras armas de fuego fueron las piezas de artillería. En la primera mitad del siglo xvi aparecieron ya las armas portátiles de fuego.

A la culebrina de mano, servida por dos hombres, sustituyeron los arcabuces, y a éstos el mosquete de carga y calibre dobles que aquellos. Las pistolas comenzaron a emplearse en la guerra a mediados del siglo xvi. En la segunda mitad del xvii apareció el fusil de chispa; ya muy entrado el xix se inventó el de percusión o pistón. Posteriormente se han introducido grandes perfeccionamientos en las armas de fuego que aumentan el alcance y la facilidad de la carga y consiguiente rapidez del tiro: tales son las armas rayadas y de retrocarga.

El rayado del cañón en las armas de fuego fue consecuencia de haberse observado que se forzaban más fácilmente los proyectiles en las armas que por un largo uso presentaban en el ánima rayas o canales. Como el forzamiento daba mayor exactitud en el tiro, se pensó en conseguir artificialmente lo que era ya consecuencia del uso, y aparecieron las armas rayadas o estriadas, cuyo origen puede referirse a la primera mitad del siglo xviii. Su empleo no se extendió demasiado porque los resultados obtenidos no compensaban las dificultades de la carga que en acción de guerra con fuego muy continuado las hacían inservibles.

Las primeras armas de fuego rayadas lo fueron en la dirección recta de la generatriz del cilindro que forma el ánima del cebón; así eran los rifles ingleses, en que la bala entraba realmente forzada, es decir, a golpe por la boca. Después, predominando la idea de que el proyectil debía girar al rededor del eje del cañón, se trazaron en éste rayas inclinadas, y tras de varias experiencias, fue elegida la hélice como tipo de las curvas que hablan de formar las rayas, recibiendo éstas en consecuencia el nombre de helizoidales. Por lo general, las rayas están dispuestas de izquierda a derecha.

Para facilitar la carga y dar mayor rapidez al fuego introdujéronse varias innovaciones, tales como las de la carabina Delvigne, el cartucho Brunéel, la carabina de espiga Thouvenin y la bala Minié. Se conseguió que la trayectoria fuese más tendida y más precisos los disparos; pero nada se adelantó respecto al forzamiento de la bala, y prosiguió siendo difícil la carga y lento por consiguiente el fuego.

Entonces se pensó de nuevo en las armas de retrocarga, empleadas ya en la época del descubrimiento y aplicación de la pólvora a la guerra y que fueron desechadas por su imperfección. Reaparecieron a principios de este siglo, pues Napoleón I acogió con entusiasmo la que en 1810 le presentó el armero Pauli. Tampoco correspondieron a las esperanzas abrigadas, y otra vez se prescindió de ellas hasta 1831, en que uno de los sistemas ensayados fue elegido como fusil de parapeto. En 1840 las adoptó resueltamente el ejército prusiano, y sus destructores resultados quedaron probados en las batallas de Nachod y de Sadowa. Al fusil de aguja Dreyse siguieron los fusiles Manser, Martini, Berdam, Wetterli, Fruwirt, Gras, Krag-Peterson, Remington y tantos otros, sucesivamente ensayados y adoptados en los ejércitos de todas las naciones.

El sistema de retrocarga en las armas portátiles y en las bocas de fuego, ha facilitado la carga forzada y aumentado considerablemente la rapidez del fuego, aun acrecida más con los nuevos fusiles de repetición.

Volver a ARMA – Inicio