Función de los alimentos

En los tiempos en que erróneamente se admitía que una entidad, una fuerza especial, la fuerza vital, presidía las acciones orgánicas e impulsaba los diversos instrumentos del cuerpo a la manera de piezas de una máquina inerte por sí misma, sólo podía atribuirse a los alimentos una acción plástica, reparadora del desgaste ocasionado en los órganos por el juego del mecanismo viviente.

El estudio de los fenómenos de la vida por los nuevos métodos, ha convencido de falsa tal doctrina, repugnante a la razón sana, y basada en una concepción a priori de los fenómenos naturales.

La función de los alimentos es doble: reparan, sí, las pérdidas orgánicas, suministran a los tejidos los materiales de su reintegración; pero al mismo tiempo desprenden, al combinarse con el oxígeno suministrado al organismo por la respiración, la suma total de fuerza viva que se manifiesta por el calor constante del cuerpo y por los diferentes trabajos de los órganos: muscular, nervioso, etc. etc.

Creyóse al principio que ciertas sustancias alimenticias, las nitrogenadas, tenían una función esencialmente reparadora, al paso que otras, las grasas y los hidrocarburos, estaban destinadas a consumirse por la combustión respiratoria y suministrar el calor animal, dándose a las primeras por Liebig el nombre de alimentos plásticos, y a las segundas el de respiratorios.

Pero en realidad todos los principios nutritivos orgánicos experimentan oxidaciones repetidas y todos sirven para constituir en un momento dado parte integrante de los tejidos y de los humores del cuerpo, pudiendo decirse que todo alimento es a la vez plástico y respiratorio, o mejor termógeno o dinamógeno.

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