Excesos del amor propio

Los excesos de que puede adolecer el amor propio tocan al aspecto moral de este sentimiento y se refieren a las dos formas en que aparece: el orgullo o estima exagerada de nosotros mismos, que nos admiramos de nuestro propio valer más allá de los límites convenientes, y la vanidad que es el mismo defecto, aplicado a la admiración que deseamos nos consagren los demás.

Según ya hemos dicho, existe en el amor un elemento intelectual, que también se hace patente en el amor propio. Así es que se diversifica, según la idea que cada cual tiene de su propia perfección, y además de las cualidades que estimamos generalmente y que deseamos para nosotros mismos (belleza, talento, fuerza, poder, etc.), cada uno siente después su amor y aun lo refiere específicamente de un modo distinto, según su edad, sus ocupaciones y sus ideas de la vida y destino humano. Tan poseído de sí se siente el gimnasta con la fuerza y elegancia de sus ejercicios, como el poeta de su genio.

La perturbación del sentido moral (egoísmo, orgullo, vanidad) implica a la vez las desviaciones consiguientes del amor propio, lo cual explica psicológicamente, aunque no justifica ante la moral, que un Tenorio se sienta orgulloso ante el éxito de sus aventuras, y que un Candelas se crea superior a los demás por su rara habilidad para apoderarse de lo ajeno.

Pero si se declaran estas aberraciones, en lo que toca al sentido moral del amor propio, y a la vez se ahonda en su análisis psicológico, fácil es descubrir, ya que en el mismo desorden existe el orden, que tales aberraciones revelan el fondo y la esencia del amor propio; porque en aquellos ilegítimos orgullos existe una estima de la fuerza, audacia, astucia, habilidad, etc., de una serie de cualidades en suma, cuya aplicación será mala, pero cuya posesión no debe ser objeto de menosprecio.

Estos delicados puntos de conexión que el análisis descubre, entre el origen psicológico y el carácter moral del amor propio, deben ser tratados (y lo son hoy) al examinar las relaciones de la moral con el arte.

Cuando estas relacionas se ponen en claro, se explica, por ejemplo, que exista lo que algunos llaman belleza de lo feo (el Cuasimodo de V. Hugo y el Mefistófeles de Goethe) y representación artística del mal para dar un relieve y plasticidad mayores al bien, obedeciendo a la ley del contraste que es campo siempre por espigar para la inspiración genial del artista.

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