El realismo e idealismo del arte en la escultura

Creemos excusado decir que cuanto acabamos de manifestar respecto del concepto filosófico de las Bellas Artes, es tan aplicable a la Escultura y a la Poesía, como a la Pintura. Que la Poesía pinta embelleciendo, sin descender a la nimia descripción de los objetos de la naturaleza, y sin tomar la mora representación de lo vulgar y común como propósito final de su artificio, ¿quién podría dudarlo?

Y en cuanto a la Escultura, las condiciones dentro de las cuales crea el artista, no representan sino una multitud de trabas puestas por la naturaleza misma a la reproducción del objetivo real. Préstase, en verdad, la Escultura a cierto realismo que está en contradicción abierta con la primera de sus leyes fundamentales, que es cabalmente la supresión de todo lo accidental en la figura humana, el color, la mirada, la nimia conclusión de los accesorios, y en la Estatuaria, propiamente dicha, la escena en que los personajes actúan y se mueven. Pero el que a semejante realismo desciende, más que el nombre de estatuario, merece el de figurero.

Deploraban en los últimos años los más autorizados críticos franceses que la escultura nacional, siempre tan fiel a los cánones del selecto y sobrio naturalismo griego, desde la época de David d’Angers, se hubiese dejado arrestar por la moda a frivolidades ajenas del verdadero arte, imitando a muchos escultores ultramontanos, que no parece sino que se proponen rivalizar en mano de obra con las modistas, y que dan al mármol de Carrera, en la apariencia, la flexibilidad de la seda, remedando en la noble materia que sólo debía destinarse a cosas grandes, los primores de aguja, del bordado y del encaje, la transparencia de las gasas y tules, y la leve pompa de las plumas.

Siempre los italianos, desde el Renacimiento acá, tuvieron esa tendencia, lo que fue causa de que el mismo Leone Leoni, gran estatuario de Carlos V, en los retratos en bronce de los reyes y magnates, que prolijamente cincelaba de propia mallo, no contento con aparecer consumado artista, descendía a los oficios de espadero, armero, guarnicionero, orífice y diamantista. A la misma inclinación han venido pagando largo tributo gran número de escultores de la propia nación, que han convertido el cementerio de Génova, de severa e imponente necrópolis cristiana, en curiosa galería de figuras de bulto para el estudio de los trajes, galas y dijes de moda. Pero verdaderamente esta viciosa tendencia de la escultura moderna hacia el realismo puede considerarse como una aberración transitoria, porque las naturales condiciones, más aun que las buenas tradiciones históricas de este arte, la repugnan.

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