El ateísmo moderno

La historia del ateismo se confunde con la del materialismo y sólo ofrece la curiosidad bien significativa de que descubra cada aparición del ateísmo un nuevo y más vivo despertar del sentimiento religioso.

El ateísmo moderno (lo mismo el científico que el filosófico) ha sido principalmente lógico, siempre referido a una posición injustificada del problema del conocimiento (sensualista o empírico) y nulo en consecuencias prácticas, si se exceptúa el novísimo pensamiento contemporáneo, que aplica la negación del orden suprasensible a la del orden social.

Algunas escuelas socialistas (la Internacional, el Colectivismo, el Nihilismo y, en el orden moral, el Pesimismo) han pretendido, aunque sólo como cuestión de hecho, tomar base para sus doctrinas de la negación atea.

Pero no se aprecia bien el conjunto del pensamiento contemporáneo, teniendo sólo en cuenta esta crítica demoledora, que personifica a veces todo el dolor y la desesperación, hijos de las amarguras de la vida. Al lado de esta negra nube, que parece poner delante una gran cerrazón del horizonte intelectual y moral, precisa poner la laboriosa, paciente e incansable crítica religiosa, que sobre todo en Alemania y aun en Francia (siquiera en este país conserve un dejo lejano de la risa sarcástica de Voltaire) presta caracteres al problema religioso muy dignos de ser notados.

En este sentido puede decirse con Vacherot “que el siglo xix ha adquirido una afición bien acentuada a todas las grandes obras y a todas las grandes doctrinas como consecuencia de su culto por la historia. No es el siglo xix, ni el siglo de la fe como el xvii, ni el siglo de la guerra como el xviii. Es y quedará como el siglo de la historia imparcial y de la crítica desinteresada. No defiende ni ataca; observa, explica y juzga”.

Tal es, en efecto, el carácter con que hoy se aprecia la negación del ateísmo y el problema religioso. No tienen, aunque algunos la aparenten, los hijos del siglo xix la fe de los cruzados; pero tampoco son volterianos, ni se hallan prendados de aquella crítica negativa de la Enciclopedia.

Sin descansar de modo definitivo en este compás de espera o momento de tregua, que pretende anunciar como iris de paz el Positivismo crítico, se halla el pensamiento contemporáneo empeñado en la nobilísima empresa de secularizar la vida, sin llegar por ello a mostrar conformidad con la negación atea; antes bien, contra ella opone constantemente la fuerza incontrastable del sentimiento religioso como un hecho social e individual.

Basta para probar ambos extremos citar hechos los más lejanos, porque confirman, sin embargo, lo que decimos. Si Lucrecio escribe su poema, con pretensiones de ateo y naturalista, lleno de un sentimiento de unción religiosa; Littré, el célebre positivista francés, declara que lo inaccesible es real y que su clara visión es saludable.

En los ateos antiguos y en los modernos pueden hallarse, sin violentar con interpretaciones caprichosas su pensamiento, gérmenes y elementos bastantes, para que del fondo de sus negaciones surjan afirmaciones suficientes para poner fuera de duda y cuestión la realidad del principio absoluto, el postulado de la razón, cuyo nombre históricamente consagrado, Dios, todavía es y seguirá siendo el principio y el fin explicativos de la ciencia, ordenadores de la Moral y del Derecho.

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