El ateísmo científico y filosófico

Ocupadas y preocupadas ciencia y filosofía en evitar el escollo propio de toda concepción religiosa, siempre influido por el vicio antropomórfico, han pretendido refutar mitos, símbolos y dogmas, rechazando a la vez (porque cometen lo que se llama un sofisma de tránsito) lo simbolizado y dogmatizado. Y en fin de cuenta, la ciencia y la filosofía han tenido que reconocer (Spencer depone en pro de lo que afirmamos) que sus procedimientos de investigación ponen constantemente de relieve, al término de todas las indagaciones empíricas, un orden de realidad que no es perceptible empíricamente.

Si Spencer denomina este orden de realidad lo Indiscernible o Inconcebible (nombre contradictorio; pues otra vez sirve de base a toda concepción), que quiere separar de la ciencia, aunque esta no deba precipitar su juicio negando en redondo lo indiscernible (regla de circunspección científica aceptada por el mismo Littré, al distinguir lo inaccesible de lo no existente); otra vez puede redargüirse a positivistas y spencerianos que lo estimado como indiscernible es todo aquel orden de la realidad que excede y trasciende de los límites bien estrechos de nuestro poder imaginativo y que jamás es lícito identificar nuestro poder de conocer con el de imaginar, pues conocemos y contemplamos muchas cosas reales y muchos conceptos ideales que no somos capaces de representar sensiblemente.

Por donde es fácil notar que la ciencia, que huye del antropomorfismo, que vicia las concepciones religiosas, cae en una exaltación imaginativa o fantástica que la lleva, por la fuerza de la lógica del error, a no declarar ni confesar más realidad que la sensiblemente representada, cuando toda representación sensible vale en primer término como signo de una realidad. Valga esta consideración como explicación anticipada (aunque de ningún modo como expediente justificativo) de aquel viento de ateísmo que ha reinado y aun reina en la esfera del pensamiento contemporáneo, según ha dicho un filósofo moderno.

No ha sido ni es, sin embargo, el número de los ateos (de los teóricos) tan excesivo como quiere que lo sea el Dictionnaire des Athées, publicado en 1800 por Sylvan Maréchal con dos Suplementos por Laland. Este Diccionario es una obra inspirada en la pasión, pasión tan extremada que maravilla (y apenas si puede cesar la extrañeza) su afán de enumerar ateos (entre ellos figuran todos los pensadores y no se libran de tal calificativo Sócrates, Moisés, Mahoma, ¡y el mismo Jesucristo!…).

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