El árbol en la mitología antigua

La influencia que la naturaleza ha ejercido siempre sobre el espíritu humano y singularmente en las épocas primitivas, en que el hombre, ignorante aun, se entregaba a la muda contemplación, interpretando de un modo maravilloso todo aquello cuyas causas desconocía, dio origen a la admiración prestada a los árboles, especialmente a los que sobresalían en belleza o prestaban algún beneficio. La umbría y el silencio de los bosques excitaron los sentimientos religiosos, llegando a revestir la admiración a los árboles forma de verdadero culto como lo atestiguan los autores y los monumentos antiguos.

Según Plinio, los primeros templos fueron árboles, y Luciano afirma que el primer culto prestado a las divinidades lo fue en los bosques, dedicando a cada dios un árbol; la encina a Júpiter, el laurel a Apolo, el olivo a Minerva, el mirto a Venus, el pino a Cibeles, el álamo a Hércules y así sucesivamente.

Por otra parte, no hay que olvidar que en las religiones primitivas del Asia occidental y de Europa, y en las tradiciones más antiguas de Grecia y de Italia, se registra el hecho de adorar a los árboles como dioses, o mejor dicho, como moradas elegidas por éstos; el mismo origen tiene la presunción de que los primeros hombres nacieron de los árboles y de las rocas.

En el culto druídico de las Galias y de la península Ibérica, los bosques tuvieron suma importancia, y en ellos gozo de singular veneración la encina y especialmente el muérdago que produce. Como esta planta era rara, los druidas según decir de Plinio, teniéndola como beneficio enviado por dios, la recolectaban con gran aparato religioso en el sexto día de la Luna, cortándola con una hoz de oro, a cuya ceremonia seguían cruentos sacrificios y fervorosas plegarias.

Un escritor moderno, M. H. Geidoz, ha combatido la aseveración de Plinio, suponiendo que la recolección del muérdago de encina, lejos de ser un hecho aislado, es uno de tantos casos del culto a las plantas universalmente extendido, que puede considerarse como uno de los orígenes de la Medicina, pues se atribuían al muérdago grandes virtudes curativas, según dice el mismo Plinio, y que de presidir los druidas las ceremonias, sería para dar al muérdago virtud más poderosa.

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