El año según el calendario gregoriano

El punto fijo de donde se partió para la reforma fue la decisión del concilio de Nicea del año 525 que estableció el equinoccio el 21 de marzo ordenando que la fiesta de Pascua se celebre el domingo siguiente al xiv de la luna del primer mes, es decir, de la luna cuyo xiv ocurre o el mismo día o el día después del equinoccio.

En tiempos del concilio de Nicea se creía que el año constaba, poco más o menos, de 366 días, 5 horas y 55 minutos, según el sentir de Ptolemeo; se supuso pues que el equinoccio que ocurre el 21 de marzo, tendría siempre lugar en la misma fecha, o que a lo menos podría corregirse fácilmente el defecto; pero como hay seis minutos menos en la verdadera duración del año solar, llegaba el equinoccio cada año seis minutos antes de lo que se creía, y en tiempo de Gregorio XIII, en 1577, ocurrió el 11 de marzo; hubiera sido menester omitir tres días cada 400 años para que el 21 de marzo estuviese siempre próximo al verdadero equinoccio.

El 24 de febrero de 1581 apareció el breve por el cual Gregorio XIII ordenaba la observancia de los tres artículos que deben de una vez para siempre cumplir la intención del concilio de Nicea, y son como sigue:

1° Después del 4 de octubre de 1582 se restarán 10 días del mes, de suerte que el día que sigue a la fiesta de San Francisco que hay costumbre de celebrar el 4 de octubre, se llamará, no el 5, sino el 15 de octubre y la letra dominical G se cambiará en C.

2° Para que en lo porvenir no pueda alejarse el equinoccio de primavera del 21 de marzo, se dice que los años bisiestos que tenían lugar de cuatro en cuatro años, no ocurrirán en los años seculares 1700, 1800, 1900, sino solamente el año 2000 y así sucesivamente a perpetuidad; de suerte que tres años seculares sean siempre comunes y el cuarto bisiesto.

3° Para hallar de un modo más seguro el catorceavo de la luna pascual y los días de la luna en todo el curso del año, se suprime del calendario el áureo número y se le sustituye el ciclo de las epactas, por el cual la luna nueva conservará siempre su verdadero lugar en el calendario.

Ordena el Papa en seguida a todos los eclesiásticos que adopten la nueva forma de calendario; exhorta y ruega al emperador y a todos los príncipes cristianos, que igualmente lo reciban en sus Estados.

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