El amor y la inclinación

La alegría o el placer y otra porción de relaciones son efectos ya propios de la sensibilidad, de suerte que hay que volver siempre al primer eslabón de esta cadena, que es la inclinación.

El amor y la inclinación son la misma cosa considerada en dos momentos distintos. “Es el amor que llega” suelen decir los poetas de una manera intuitiva, refiriéndose a la plenitud de vida y acción propias de la pubertad, con lo cual se da a entender que no existe poder ni factor del alma que no concurra a la aparición del amor.

Todo lo cual no obsta para que el amor sea un acto simple e irreducible a otro como lo es la voluntad, sin que aparezca como resultado de un concierto o efecto de una acción común. No puede manifestarse sin ciertas condiciones, pero no son ellas las que le crean.

Amar es, pues, un hecho primitivo, un acto simple, una actividad psíquica sui generis como la inteligencia o la voluntad.

Apenas si el análisis científico puede ir más allá del límite impuesto por la enumeración de los elementos que constituyen y revelan el amor como una energía e impulso, merced al cual el individuo complementa su naturaleza, uniéndose con la persona o el objeto amado.

En tan amplia base (que comienza por ser fisiológica) ahonda sus raíces el sentimiento del amor; puede, pues, referirse su aparición y consiguiente desarrollo a uno de los dos instintos fundamentales de todo lo que vive y que sirve de acicate a todo impulso activo.

Son estos dos instintos, los de la conservación individual y de la propagación de la especie. La expresión del primera es la del hambre y la del segundo el amor (época del celo en los animales y de fecundación en los vegetales, y en el hombre instinto de la sociabilidad, que se traduce en le simpatía, amistad y amor).

Al instinto de la sociabilidad, según el cual el individuo inquiere en el todo social su complemento, referimos el origen de la inclinación y del amor.

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